viernes, 18 de noviembre de 2005

 

Mala racha

Uno de mis trabajos más cutres -y más queridos- fue hacer crónicas de fútbol de tercera y regional preferente en un periódico de la zona sur de Madrid. Todos los domingos me iba a uno de aquellos campos de tierra y rodeado de un público escaso formado por viejos que no tenían otra cosa que hacer y chavales de las categorías inferiores de los equipos veía jugar a todos aquellos tipos que no iban ni venían de ninguna parte. Creo que el único que vi que realmente dio el salto al fútbol profesional fue Movilla, que tras pasar por el Moscardó llegó a jugar en el Atlético.

Y bueno, Fibli. En la época que recaló en la regional madrileña debía tener ya cerca de cuarenta años, pero en su equipo tampoco tenían muchas alternativas en la delantera. Solía jugar medio tiempo, o algo más, hasta la mitad de la segunda parte, y su labor era la de desgastar a la defensa, porque lo que era marcar, no marcaba casi nunca. Tenía muy buena técnica y regate, pero fallaba en la resolución, a veces de manera casi increible. Le vi meter dos o tres goles en treinta partidos, y eso que ya digo que futbolísticamente estaba un mundo por encima de los demás.

Lo curioso es que Fibli no era de aquellos jugadores negados con la portería que se desesperaban, al contrario, parecía hasta complacerle que aquellos goles cantados no lo fueran nunca. Así que un día decidí charlar con él para que me aclarara por qué coño se lo tomaba con aquella filosofía y de paso me contara su vida, que la de un arenero de cuarenta años siempre esconde algo.

Bueno, allá a mediados de los setenta, Fibli era un jugador prometedor allá en su Argentina natal. le firmó el San Lorenzo y en las inferiores se hartó de meter goles. En cuarta, en tercera, en segunda... le subieron al primer equipo y al segundo partido mojó. Pero no volvió a hacerlo en toda la temporada. Ni en las siguiente. La mala racha se asentó y fue haciendo el recorrido contrario; la segunda, la tercera, la cuarta... Estaba acabado antes de empezarse.

Fibli, que era un buen tipo, se metió en política, un poco por ayudar y otro por escaparse del fútbol. Las defensas se las comía vivas, pero los milicos eran más duros y le colocaron. Unos pasquines en una mochila le llevaron a uno de esos garajes escondidos en los que murieron muchos argentinos. Lo pasó mal, muy mal. Luego le montaron en un camión y le llevaron no sabe adonde, quizás una base militar. Con el estaban otros quince o dieciseis retenidos. de vez en cuando no volvían a ver a alguno, o aparecía otro nuevo. Las ausencias definitivas sucedían cada cierto tiempo, cada vez que llegaba un pájaro con muchos galones.

Otro noche llegó -siempre lo hacían de noche, por lo que era imposible conciliar el sueño, cada uno pensando que iba a ser el próximo en esfumarse- y el pájaro engalonado quiso 'charlar con él', que era como se referían los guardianes a esos encuentros. Fibli pensaba que no iba a volver a su celda, porque realmente no tenía nada que revelar y ¿por qué iban a devolverle su vida?. Así que se dejó llevar con resignación, se entró en aquel cuartucho y se sentó en la silla, a esperar. Cuando llegó el pájaro, Fibli le reconoció a pesar del uniforme, era el señor Garetta, el que años atrás le había 'descubierto' para San Lorenzo.
- Pero hijo, ¿qué hacés aquí?

Perdonen que imposte el acento argentino, que apenas conozco. El caso es que hablaron, de fútbol, de San Lorenzo, de la vida... Y Garetta, después de mucho hablar, le dijo.
- Mira hijo, yo creo que tu tenes talento. Vamos, la base, a jugar un partido con unos compañeros del ejército chileno que están maniobrando en el Cerro, si querés te venís porque no tenemos un buen delantero.

Aquel hombre debía haberse desvinculado hace tiempo y no debía conocer su mala racha, porque de otra manera habría apagado cigarrillos sobre su cuerpo antes de nominarle como titular en el combinado de la base. Pero Fibli decidió apurar su suerte.
- Señor Garetta, iré con mucho gusto. pero con una condición; me gustaría poder dormir tranquilo hasta que jugáramos. ¿Le importaría no charlar con nadie hasta entonces?
Garetti se quedó mudo, pero al final sonrió levemente y asintió.
A Fibli le llevaron un balón a la celda. Allá no podía hacer mucho, pero punteaba. Luego le dejaron salir al patio que quedaba entre las celdas, y ahí gambeteaba con los guardianes. Sus compañeros, asomados a las mirillas, le jaleaban.
Un día sorprendió a un guardián pasándole un cigarro a un preso, mientras le decía
-Con este pibe, le vamos a dar a los chilenos.
Y Fibli se sintió súbitamente indispuesto.

Un mes después, sacaron a Fibli de la celda, le dieron un uniforme blanco y celeste, con el pantalon negro, y una sudadera del ejército. Y botas, claro. le montaron en una avión con el resto del equipo, soldados de la base, suponía. Y se fueron al cerro.

No hay mucho que contar del partido. El combinado argentino dominó, Fibli rompió una y otra vez la defensa pero fue incapaz de meter un gol. Tres postes y el portero le sacó dos haciendo el ángel, y por la expresión del arquerito chileno jamás le había salido así. Un par de minutos antes del final, con Argentina entera alante, un contrataque de los chilenos les sorprendió y clavaron el 1-0. Fibli aún tuvo tiempo de fallar otra.

Cuando se sentó de nuevo en el avión, los rostros de sus compañeros reflejaban algo más que ira. Fibli sabía lo que se avecinaba. Cuando volviera él y sus compañeros iban a pagar no solo por lo que Argentina había hecho a los militares, sino por lo que él mismo le había hecho a Argentina; ser incapaz de meterle un gol a aquellos botarates chilenos. No estaba dispuesto a aguantar todo aquello otra vez, a ver como se ensañaban con sus compañeros por su mala racha.

Un soldado abrió la portezuela del avión. había oido hablar de aquella costumbre de lanzar a los presos por los aires, y casi le apetecía más que regresar. Aquello sería hasta bonito. O quizás es que solo hacía demasiado calor. Lo que si supo es que no regresaría a la base, y que si tenía que colar por los aires nadie le tiraría como un fardo. Lo haría él. Así que miró hacia la portezuela abierta, al otro extremo, se levantó y con sus últimas fuerzas se lanzó hacia ella.

Alguien quiso detenerle y le gambeteó. A otro, a un tercero, ya estaba solo delante, solo tenía que impulsarse, y volar, con una camiseta de futbol puesta, así le encontrarían abajo, como un angel de la albiceleste que se había caido del cielo... Pero justo antes de atravesar la puerta, tropezó, se desequilibró y, de manera casi increible, erró y fue a dar contra el quicio de la puerta. Alguien le atrapó en el último momento y, antes de desvanecerse, vió que le entraban de nuevo al avión, mientras alguien gtitaba
- ¡Ni esta metió!

Despertó unas horas después, con un tremendo dolor de cabeza que le impedía aclararse. Estaba, ¿en un hospital? Algunos hombres le miraban. Luego sabría que eran algunos de sus ex compañeros de cautiverio.
- Acabó, se fue la junta militar. El día que te fuiste al partido nos soltaron. Si no es por vos, este último mes podríamos haber muerto cualquiera, ¡el último mes!
Charlaron un rato y luego se prepararpn para marcharse, porque eran libres. Justo antes de irse uno se volvió.
- Nos dijeron, los soldados, que no hubo manera de que metieras un gol. Que los teníais vencidos, pero no entraba una. Mala suerte, ¿no?
Fibli sonrió, y dijo
- No, es solo una mala racha. Pero todas se acaban.
Y ambos sonrieron.

Fibli siguió con su mala racha, y Argentina, también. Al final emigró a España, vino a Madrid. Allá y acá, siguió jugando al fútbol, en campos de arena que era barro si llovía, y no metió muchos goles. Algún entrenador intentó reconvertirle en central, como se hace en Inglaterra, pero él era delantero, aunque apenas marcara goles. Tenía una mala racha, y punto. Nada que te impida jugar al fútbol.

Comments:
subnormal
 
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