viernes, 20 de enero de 2006

 

Balas perdidas (y 3): Firpo

Mira que no son nada, son diecisiete segundos de 1923. Diez de conteo, y siete de sentirse el campeón del mundo, ¿eh?
Se apuran los tres minutos, tres minutos de 1923, en los que el americano le he pegado hasta tirarle ¡siete veces en el primer asalto! antes de que el argentino le enganchara la mandíbula con la derecha con tal fuerza que llegó a largarle fuera de las cuerdas.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Imagínate un beso corto, único por ser el primero, lo que tardan en juntar los labios por primera vez dos personas, que ahora son ya esqueletos.

Seis, siete, ocho, nueve, diez... y el gigantón yanqui está aún fuera del ring, prácticamente groggy, espatarrado sobre la fila de prensa intentando volver a encontrar el equilibrio para volverse a subir al ring.

Once, doce, trece... ¡Firpo campeón! ¡Un Argentino, un sudamericano! ¡Y en nueva York! Y mientras, un cuchillo entra y sale de un cuerpo en Buenos Aires, la víctima y el asesino lo escuchan a lo lejos, antes de que uno caiga, y el otro huya...

Catorce, quince, dieciséis... ¿Campeón del mundo? Firpo alarga el brazo... pero ¡el referí no le coge la mano al toro! Y ¿qué hace?... ya sujeta a Dempsey por la muñeca, que pugna por entrar de nuevo al ring empujado por los periodistas neoyorquinos...

El mundo se detiene. Hay cien mil galenas en Argentina calladas, esperando, como dejando claro que aquel segundo no existirá ya nunca, o existirá siempre, suspendido en el pensamiento de un millón o más de argentinos ahora ya muertos.

Diecisiete... El combate, ante el pasmo de un continente, sigue. Apenas regresa al ring el yanqui, Firpo vuelve a pegarle, pero Dempsey aguanta como puede. En el segundo asalto, Dempsey le tirará de nuevo, pero esta vez el argentino no podrá levantarse. Lo intenta, pero se dobla sobre sí mismo.

Ayudan a bajar del ring a Firpo, cabizbajo y entumecido. En la Argentina, dos enamorados oyen el resultado del combate a lo lejos y vuelven a besarse. Nadie podría hacerles creer que algún día serán dos esqueletos, que si entonces quisieran besarse sonarían como una carraca.

En una esquina, la policía echa una manta sobre un muerto feliz, porque cree que un argentino es campeón del mundo de los pesos pesados.

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