jueves, 19 de enero de 2006

 

Balines Perdidos: Pedro Gutierrez, "Pedri".

Bueno, me ha dado por entrar en la serie esta de refilón, pero como el propio título indica, en otro rango, más anónimo, más local. Más de cuarto pringao. Aunque seguro que en cubo de basura de vuestra memoria teneis la imagen de Pedro Gutierrez "Pedri" dando toques a una cebolla, dando toques a una naranja o incluso dando toques a lo que viene siendo un balón de reglamento. Seguro que aguantasteis la respiración mientras veíais a Pedri haciendo equilibrios imposibles con un objeto remotamente esférico, aunque fuera por unos instantes, en alguno de los bastantes programas que frecuentó. Porque Pedri es un hacha con el balón, pero solo si este está fuera del campo. Varias veces recordman mundial, Guiness y toda la pesca, dando toques a un balón, con la cabeza, con los pies o con lo que sea. Quieto, corriendo o cagando. El puto amo de los toques, ese es Pedri. Y, casualmente, es de mi pueblo.

Pedri, realmente, no se llama así. El caso es que prefiero encubrir su verdadera identidad porque es un tío cercano y porque no quiero tener a gente de mi pueblo por aquí que busque por el puto Google. Bastante paso ya por raro, como para que se enteren de que escribo en internet cosas chungas. Lo que en mi pueblo a día de hoy, entre la gente de mi edad o mayores, podría añadir demasiadas ya connotaciones incómodas a mi leyenda. Como veis, aún quedan sitios en el mundo en que no tienes que esforzarte mucho para ser un outsider. Por eso me gusta tanto mi pueblo. Pero eso es otra historia.

Pedri, como decía, es un chaval que nace después de los dolores, pero sale un poco chobollo, como decimos nosotros. Un chemelita, un güiyu, un poco güiti, un tío peque tonto. Un poco retrasado mental. La verdad es que no es síndrome, ni tampoco un retrasado de los que se cagan encima, solo un tío de esos que ves que les cuesta, que se quedan atrancados.

Crece y lo hace a la sombra de su hermano mayor. Que tenía que aguantar al mongolo de su hermano a diario. En esas fechas el hermano guapo jugaba al fútbol en el equipo grande del pueblo, se ligaba a las nenas y trabajaba en un bar de moda. Si para una persona normal todo esto es deseable, para el pequeño Pedri era el summum. La rehostia en vinagre. Cuando su hermano mayor jugaba, Pedri siempre estaba allí. Cuando su hermano mayor entrenaba, Pedri siempre estaba allí, en una banda. Con su cara de Joselito (el cabrón de Pedri es igual que Joselito, tanto de pequeño (ruiseñor), como de más mayor), colgado de la pequeña parecilla de hormigón, apenas asomando la cabeza. Cuentan que pasaban los partidos, incluso los entrenamientos, escuchando un mantra continuo: "¡Amos Amón!" (¡vamos Ramón!, en el idioma logopédico), que solo se interrumpía cuando Ramón metía un gol y Pedri levantaba la mano para festejar, y como se aguantaba a pulso, se caía al suelo, cesando en su cántico.

Pedri se hace mayor y comprende que ya no es tan diferente de los que juegan dentro del campo. Quizas él también pueda jugar y hacerlo tan bien como su hermano. Incluso alguna de aquellas chicas con las que su hermano hacía guarradas en el portal le podía hacer a él algo también. Si jugara...

Pedri, como es lógico, nunca jugó y sus intentos de presentarse a las pruebas solo consiguieron generar el descojono de los responsables. La verdad, yo no estoy seguro de que a Pedri le importara tanto, como sería de suponer. No sé hasta que punto se daría cuenta de sus propias habilidades, que eran escasas. Quizas, para él, solo era un sueño de emulación. Ser como su hermano. Incluso solo quería que su hermano le acariciara el lomo y le dijera "Bien hecho, Pedri". Para descubir otro uso a su mano, aparte de las tobas y las golpizas. O para encontrar otro sentido a las palabras que siempre le dirigía, aparte del desprecio. Algo tenía que ser, porque Pedri no se dió por vencido, cuando después de las pruebas, quizás con su pantaloneta nueva, con sus botas nuevas, no se fué a casa a tirar sus sueños por el retrete y a mirarse en el espejo para ver su cara de Joselito diciéndole, dos segundos más tarde de lo que debía, que era un retardado que nunca valdría para nada.

Pedri se quedó en la banda. Y quedándose dió el primer paso para ser la estrella que luego fué. Que en mi pueblo llegó a brillar lo mismo que la de Alexanco, la de Jon Unzaga o la de Silvia Manrique, que no hizo brillar tanto su medalla de oro olímpica en el balcón del ayuntamiento como Pedri hizo brillar su moto el día después de salir en "¿Qué apostamos?".

Se quedó ese día, se quedó el siguiente y se quedó los demás. Pedía un balón prestado al equipo de verdad y al chobollo le daban uno cuarteado y desinflado. Se colocaba entre la banda y la parecilla de hormigón, donde de pequeño se colgaba para animar a su hermano, e intentaba replicar los ejercicios que realizaban los jugadores. Igual si se esforzaba como ellos y los aprendía bien, al año siguiente podría llegar a jugar.

Sprints, regates, tiros a balón parado. En el pequeño campo de Pedri no había portería, así todos los tiros iban buenos. Los jugadores se descojonaban del enano y su balón desinflado, de su mímica deportiva de retrasado. Al entrenador pronto le dejó de hacer gracia y prohibió su entrenamiento alternativo. Pedri, sin embargo, se lo contó a su padre y le pidió por favor al mister que dejara a su hijo estar por allí. No hace mal a nadie, así le tengo fuera de casa... El caso es que el entrenador cedió, pero Pedri tampoco pudo seguir jugando, porque cuando su hermano se enteró, bajó a ver el entrenamiento de los pequeños, vió a su hermano pequeño allí y le prohibió a hostias entrenar. Al fin y al cabo era la única china que Dios le había metido en el zapato y no le gustaba que se hiciera exhibición.

Pero volvió. De alguna manera intuyó cual era la preocupación de su hermano: el que el pobre tontolaba se dejara ser visto por el campo del club. Pactó con su hermano que iría y no se dejaría ver. Por la cuenta que le traía. Así, Pedri se busco su sitio debajo de las escaleras de las gradas. Allí nadie le veía, pero tampoco veía a nadie y no tenía hueco para chutar su balón desinflado. Aún así, se manejó para practicar. Poco a poco empezó a dominar el toque corto. Tap tap tap. Día tras día. Al menos tenía su balón. Tap tap tap. Tampoco era tan diferente. Tap tap tap. Así no tengo que correr detrás de él. Tap tap tap. Tap tap tap.

Yo he pasado muchas veces por el hueco de las escaleras donde mi tío (que era uno de los chavales con los que Pedri hizo las pruebas y que sí llegó a jugar) me dijo que se metía Pedri a dar toques. Siempre que miro me parece un sitio bastante inmundo. La verdad es que ahora está mucho más viejo y dejado que antes. Lo que me parece es que es un sitio olvidado, uno de esos sitios anodinos a los que solo le puede sacar provecho alguien que, o bien le han cortado las alas, o bien tiene la tendencia a quemárselas con el sol.

Pedri sin duda era de los primeros. Con su viejo balón, fuera de la atención de todos aquellos chavales y de todos aquellos viejos, llegó a dominar el toque de una manera prodigiosa. Las horas que pasó allí le sirvieron para tocar con los dos pies infinitamente, casi sin mover el balón. Yo le he visto entrenar ya más de mayor, cuando se dedicaba profesionalmente, y el cabrón adquirió una forma de tocar bastante mágica. Parece que él pié le vibra. Toca con la cabeza, con los hombros, con las rodillas, y pasándosela a donde quiere. Pronto acompaña los toques con performancias más arriesgadas.

Encima, aquel cuero de mierda que le prestaban no ha servido para otra cosa que para acostumbrarlo a una mayor dificultad. Es capaz de tocar con naranjas, melones, pelotas de tenis...

Comienza a asombrar a propios y a extraños, de esa forma extraña que te asombran las culebras que salen de debajo de una piedra que levantasre miles de veces y que una vez tras otra viste que no tenía nada debajo.

Toca para todo el pueblo y todos flipan.

Entrena un poco más y se presenta a los Guiness. Bate records en cinco modalidades. Todavía lo batiría en tres más. Hace poco perdió la de toque con el pie, frente a un chino gualtrapas que bebía y comía por una pajita y estaba monitorizado en un sitio como de estos de medicina deportiva para robots. Cuando lo batió previamente Pedri en el polideportivo de mi pueblo tocó la bola hasta que se desmayó por inanición.

Dejó su trabajo y comenzó a descubrir que si que había chicas que querían hacer con el lo mismo que hacía su hermano en el portal, incluso cosas mejores. Además, solo lo hacían por un poco de dinero. Deja de trabajar limpiando un taller, porque comienza a manejar guita. Empieza a ir a programas de la tele. Le gustan las putas como a un tonto sacarse los mocos, pero hace sus cálculos de tal forma que hoy vive de los alquileres de unas lonjas y un piso que se compró dando toques. Aparte de las pilinguis, también se permite otro lujo, que junto a su pinta de Joselito y su mirada perdida, constituyen el tronco de su perfil icónico: su moto. Una scooter granate cromada, de esas que se conducen fácil, pero a lo bestia, una especie de Rolls Royce de las scooters, con todo tipo de destellos metálicos. Apenas llega al suelo, pero vá a todos lados como un ministro. Su hermano le ha intentado trincar pasta, pero o se le ha hecho el corazón duro o tiene buenos consejeros. Pasa de él. Ramón sigue siendo un desgraciado, solo que ahora lo parece. Su bar es una tasca mugrienta y, ya se sabe, camarero bebedor no hace ganancia.

Pedri pasea por el pueblo, con su sonrisa, siempre en chándal. Unos chavales le pasan la bola y la coge, hace unos toques, se la pone en la cabeza y corre en círculos. Sus ojos mirán al esférico con la misma intensidad con que miraban las peras de Ana Obregón, antes de subir una escalera de bomberos y bajarla dando toques. No lo consiguió, se le escapó, fué una pena. Seguro que la colombiana esa noche no se le escapó de la habitación, como nunca se le escapaba la bola de tenis con la que entrenaba, los jueves a la tarde. Tap tap tap. Corre el campo de lado a lado. Tap tap tap. Se cuelga del larguero de un salto, con sus brazos de mono y su cara, que es ya la del Joselito farlopero. Tap tap tap. Se la pasa a la cabeza, se enrosca sobre el larguero. Tap tap tap. Está de pies sobre él. Tap tap tap. Pasea alante y atrás. Tap tap tap. Tap tap tap.

Y miro mi cuarto y es más grande que el hueco debajo de las gradas, y miro mi balón y es de cuero nuevo y reluciente. Y me miro al espejo y me viene a la cabeza, demasiado rápido, que me falta algo para salir dando toques hasta caer rendido.


"-¿Y como se llama usteeeeeed?-
-Pedri-
-¿Y a qué se dedica?
-Pues yo... (mira a la cámara con su mirada perdida de retrasado)...yo me dedico... a vivir lo que me toca...¡y lo mejor que pueda!-"

Comments:
eres un antonio gala de los montes, macho. mola el pedri.
 
ay, cari, eres el honor de la cuadri
 
ola tu sabes donde hacen concursos de toques con el balon?
estoy buscando cm un desesperao.
respuesta franciscorh_1@hotmail.com
gracias
 
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