sábado, 14 de enero de 2006

 

Mageritah, Matricen, Mayrit, Madrí


Quería ahondar un poco en el post sensible y aparentemente lloricón de ayer. Aunque quedara una cosa letárgica, melancólica y como de Bridget Jones, en realidad me salió así porque estoy inquieto y en uno de esos momentos inevitables de cambios grandes, pero confío en que todo vaya a ser para mejor. En realidad no estoy jodido ni paso por un mal momento en absoluto. Soy un tío risueño y con una capacidad de evasión tan poderosa que casi nada me afecta. Capeo el temporal con alegría y sonrío ante las dificultades. Sí que estoy un poco quemado por el hecho de que cada vez me distancio más y más de algunos de mis amigos, en muchos sentidos, pero la vida tiene esas cosas.

En cuanto a lo de vivir en Madrid, que es a lo que venía, es todo una cuestión de afinidades sentimentales, por supuesto. La Capital del Reino es en realidad un laberinto de socavones, especuladores, mafiosos, delincuentes, pijos y gilipollas de toda índole. Vivir en el centro se está poniendo imposible, y casi sólo se compran pisos las agencias, los burgueses mafiosos y los tratantes de blancas. Das una patada a una piedra y un comercio histórico se transforma en un colmado apuntalado regentado por chinos o pakis que malviven en la tienda, o en un Starbucks, como en ese episodio de los Simpsons. Hay más coches que personas, y yo soy de la idea de que debería peatonalizarse el planeta entero. Los conductores son sin excepción mis enemigos, la gente vive en un atasco de mal rollo agresivo permanente. Hay que hipotecarse casi hasta para comprar los churros. Casi todos los bares que me gustaban, las tiendas de discos o de papeles de segunda mano han cerrado o van a hacerlo pronto (pero hay más, siempre hay más). El ambiente está bastante crispado. Hasta yo que soy el tío más pacífico del mundo tuve hostias con un niño en Nochevieja por un quítame allá esos abrigos (mis amigos me decían después que eso me pasa por ver tantas películas de “Santo el acorazado de Plata ése”). Una semana y media después, a un colega le pegaron una hostia en la cara con la palma abierta sin mediar palabra, por ir con una bufanda del Athletic después de ver a su equipo perder 4-0 en el Bernabéu. Me lo contó anoche. Un subnormal con una bandera de España a modo de capa. Este tipo de infelices es la fauna más habitual o al menos que más llama la atención de las noches capitalinas. Son tan madrileños como yo. Por otro lado, los autobuses del extrarradio cada vez se parecen más a pateras que cruzan el estrecho de Sanchinarro llenas de gente desgraciada y cabreada. Y todo está tan sucio, desconchado y a medio construir que parece la franja de Gaza. Y luego está el deterioro que también produce la Modernidad. Todo eso de las tiendas con nombres en inglés sin vocales, con rótulos fluorescentes y muñecos de Mazinger Z en el escaparate. La gente disfrazada como ése de “Cuéntame” que se parece a Shaggy, el petardeo del clubbing para ñetas y bakalas con capa rojigualda, la calle Fuencarral que parece un decorado de Siete Vidas y todas esas cosas modernas que dan grima y pena.

A mí me gusta pasearme mirando exclusivamente hacia arriba o hacia abajo, observando las cornisas, los edificios decimonónicos, los jardines, los monumentos que rezuman belleza, las gárgolas con forma de cabeza de elefante de Sagasta, las cúpulas majestuosas de Alonso Martínez, las estatuas castellanas del Palacio Real, las ruinas de la atalaya de la Cuesta de la Vega, los balcones salmantinos de todos los edificios que sobreviven, los mercados tradicionales de Maravillas, Chamberí o de la Paja, donde siempre te saludan al pasar, los puestos callejeros de libros de la cuesta de Moyano, Alonso Martinez, Mayor o el Rastro, las tabernas de Cuchilleros o la Cava Baja, los enormes cafés neoclásicos de Santa Ana, Bilbao, Ópera o Puerta de Toledo, las tiendecitas de arte de Chueca, los miles de pequeños museos en los que no entra ni Dios, los centenares de Iglesias de San Loquesea, que hacen que cada diez manzanas sean como una aldea castellano-leonesa dentro del enorme marasmo de la Capital, las callecitas estrechas que serpentean dibujando el interior de la primera muralla árabe, la irreductible aldea vikinga de Malasaña... Pongo mis ojos en modo de “visión romántica” y disfruto de ese aspecto entrañable, agradable, hermoso y puro del casco viejo. Me transformo en un sainetero del XVIII y el tiempo se detiene. Cínico y ajeno a la realidad de estos tiempos de los que reniego y en los que me siento atrapado casi siempre, como decía en el otro texto, me creo a ciegas que queda todavía mucho de lo que cuentan en Madrid Directo. Esas tiendas que tienen doscientos años, con máquinas registradoras automáticas que funcionan con manivela, señoras que venden castañas desde hace mil generaciones, tascas donde te sientas a charlar de cosas importantes y crees ver al Capitán Alatriste en la mesa de al lado, empuñadura en ristre, ves a los pensionistas dando de comer a las palomas en la plaza de Olavide, a los chamerileros emborrachándose en el bar Paisano o a la guardia real haciendo un alto en Chicote, te imaginas al afilador, al aguador, al sereno y todas esas cosas, ya sabéis; me dejo de enumeraciones que para eso ya está Sabina. También me gusta muchísimo escaparme a la Sierra de Madrid. Y la la zona del ensanche, Azca, Arturo Soria, el Barrio del Pilar, Aluche o Vallekas. Pero esto es menos romántico y no me puedo imaginar allí batiéndome en duelo o lanzando orines desde el balcón.

Ya dije otra vez en mi propio blog que por mi dickensiana desgracia no he viajado mucho al extranjero, aunque algo sí. Pero que conozco casi todos los rincones de España suficientemente como para hacerme una buena idea de que hay lugares maravillosos y en los que me sentiría tan a gusto y tan abochornado por su belleza como me siento aquí, de haber nacido en otro lugar. Soy consciente de que es tan absurdo como esa casualidad providencial implica. Pero un lugar, como decía al principio, se convierte en parte del alma de uno cuando uno se siente unido sentimentalmente a él, como es lógico. Que se vuelve más guapa cuanto más la miras. También tengo el concepto de que son lugares maravillosos (y refiriéndome a urbes y no a paisajes, asunto en el que Madrid no compite. Vuelvo a enumerar:) algunos pueblos del norte de Vizcaya que conozco bien, Salamanca donde pasé largas temporadas, La Guardia, las Alpujarras, Pamplona, todas las aldeas alpinas de los valles pirenaicos, el enorme centro histórico de Burgos, que también conozco como la palma de mi mano (aunque ya nada me une a aquello), Logroño, Teruel, Cuenca, de Ponferrada a Santiago, yo qué sé, muchos sitios que he conocido. Ancha y bastante fea es Castilla, las dos, si uno no las conoce bien, y tampoco nada se me ha perdido en Levante, Extremadura ni Andalucía, con hermosas excepciones morunas, por ejemplo. Lo que quiero decir es que con mi párrafo apologético anterior no pretendo convencer a nadie, nada más lejos. Pero que tengo esa capacidad de ver Madrid como una parte de mí, o verme a mí como un elemento inimaginable fuera del centro de Madrid, como si nos necesitásemos el uno al otro.

También soy consciente de que la gente de fuera de aquí tiene y debe estar hasta los cojones de que se hable del ombligo de España constantemente. Tiene que dar mucho asco el protagonismo político, cultural y mediático de todo esto. Pero a mí personalmente me la suda, y no lo discutiré nunca. Tengo amigos que me dicen que España debería tener forma de donut. Pues muy bien. Si quieren, tienen razón. Para mí, debajo de la montaña de estiércol y la gran mentira capitalista, hay un Paraíso que me corresponde con creces y me hace sentir muy bien.

Y eso es lo que quería añadir.

Comments:
Yo vivo en el puto monte, a la merced de las bandas de bosnios con AK-47, y luego tengo Bilbao, que es como una ciudad que tenemos ahí puesta por si la queremos.
En realidad es mi ciudad, me guste o no, y cada vez la reconozco menos. No me gusta el rollo inmigración que lo ha cambiado todo, la culpa a medias de ellos y a medias de nosotros. Ni tampoco el urbanismo como super chuli. Bilbao nunca ha sido chuli, habrá sido seria, sucia, imponente, señorial, industrial, pija o callejística, pero nunca chuli.
Yo creo que tampoco me voy a ir nunca a ningún lado, porque aquí me siento bien.
En todo caso, iría a Madrid, pero porque queda todo a mano. O a San Sebastián, si tuviera sesenta años en el alma.
Aquí, la verdad, nunca pasa nada, pero creo que ya me hecho a la medida de las cosas que hay aquí.
Y en verano hay playa y en invierno nieve.
No sé.
 
Madrid me mata. Hermoso post, Frunobulax.
 
Un colega peruta con conocimiento de causa dice que Madrid está empezando justo ahora a ser una ciudad, que antes tenía más de pueblo grande que de ciudad, con lo que estoy totalmente de acuerdo.

Pero tambien es cierto que si el 'cosmopolitismo' conlleva este mal rollo, me cago en él.
No me malinterpreten, esta explosión demográfica a traido cosas buenas pero indudablemente también cosas malas, a sido tan rápido, que tiene algo de traumático. Hay una tensión que antes no era tan pronunciada.

Y ojo, no le hecho toda la culpa a los inmigrantes. Hay 2 factores que hacen que la vida (especialmente en Madrid), sea cabreante: Por un lado el hecho de que el Estado haya conseguido en unos pocos años que los derechos de los trabajadores sean papel mojado, que para conseguir una vivienda (digna o no), tengas o que compartirla con otros 20 o firmar con sangre y cruzar los dedos para conseguir pagar la deuda antes de 80 años.

Y por otro... LAS PUTAS OBRAS. Tener un alcalde que colapsa la ciudad a voluntad y que financia sus fastos y castillos a golpe de multa en un entorno que más tiene de Beirut que de otra cosa, cabrea al más puesto.
De hecho y a pesar de todo me sorprende que no pasemos de ese cabreo perennea a una 'ola de mutilación' generalizada. Esto no lo aguanta ni un puto neoyorkino!
 
Totalmente de acuerdo. Esos son los principales problemas que veo.

Y la supuesta integración racial de la que presume Madrid, con el ejemplo de Lavapiés, es directamente mentira. En Lavapiés hay guetos y miles de problemas derivados de la coexistencia interracial. Pero la convivencia es la excepción. Lavapiés es el ejemplo más cantoso, pero la gente cabreada por cuestiones racistas yo creo que pasa del 98 por ciento.
 
PFFFF me muerdo la lengua y paso de contar historias porque no quiero quedar de puto racista/ xenofobo (que ridícula palabra), el vivir en Villaverde ya me da 5 puntos de 10.

Pero lo cierto es que Lavapiés y ciertas partes de Madrid ya son ghettos con todas la letras. La solución?. El sistema educativo, esperamos que quienes tienen que hacerlo sean capaces de reaccionar.


Bueno, con todas estas peroratas he olvidado decir lo mucho que me he identificado con tu texto. Me parece una descripción de Madrid bien bonita y bastante acertada. Y por supuesto que a pesar de todo esta desastrosa ciudad merece la pena.


P.D. ¿Para cuando más artículos sobre la lucha? ;)
 
pues si la última esperanza está en el sistema educativo...
 
Yo que me quise dedicar a la educación, también creo que la solución a todos los problemas del mundo está en la cultura, la adquisición de conocimientos, la educación, el respeto, y tal. Como Ender, creo que poca esperanza hay. Al menos, en los países civilizados la cosa está regulera. Porque por ahí fuera...

Mientras esperamos a que nos deleiten con más historias de lucha, si quieres leer más cosas sobre, concretamente 50 posts sobre luchadores (repartidos en sólo 5), léete el top 50 que hice en mi blog, si no lo has hecho ya:

http://frunobuland.blogspot.com/2005/12/la-lucha-libre-as-in-yeneral-6.html

(éste es el top 10, donde se enlaza a los anteriores).
 
Si, lo devoré en cuanto descubrí tu blog, pero como tiene tanta información bien merece una relectura. Gracias!
 
¡Gracias a tí, hombre, a tí!
 
ANDA PUTOS CHALADOS!!! IROS A UN MONTE A VIVIR!!!!!!!!!!!!
 
¡Estupenda entrada!

Esto de Madrid es un ni contigo ni sin tí que decían los udos (que aquí no es yutú).

Hemos hablado de esto mucho, hemos llegado a una conclusión (una de tantas), que el problema de Madrid, aparte del alcalde, y la espinita de no tener mar, es la gente que no es Madrileña de corazón. Y mira que hay Madrileños que solo llevan aquí viviendo meses, y otros que no lo son, toda la vida.
 
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