viernes, 31 de julio de 2009

 

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martes, 28 de julio de 2009

 

Minutos musicales


Polyrock - Romantic Me


Polyrock - Bucket Rider

Dedicados a Ender, que ha encontrado a su Daniel Johnston particular y ya no nos visita

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miércoles, 22 de julio de 2009

 

Killed By Pegamin (IX) - Cuando ruge la marabunta

Quemarás tus discos de Adam & The Ants, repudiarás el nombre de Henry Pim y cambiarás a tu perro por un oso hormiguero cuando, estremecido, conozcas la estúpida (y agónica) muerte de Santiago Ortiz, un honrado (y bolinga) campesino boliviano a merced de una colonia de enfurecidos formícidos (vulgo putas hormigas).
Santiago, de 42 años (y corto intelecto, por lo visto), en una de esas farras alcohólicas de buena mañana que tango gustan a nuestros apreciados parientes latinoamericanos, decidió echarse una siestecita a la sombra de un árbol y sudar la matraca que le golpeaba las sienes y acorchaba su lengua y su raciocinio. Ni corto ni perezoso enmarcó su cabeza (presumiblemente grande, de fosco pelo negro y precolombinos rasgos) a la sombra de un majestuoso árbol de Palo Santo que, como cualquier lugareño sabe sirve de nido para una aguerrida especie de hormiga salvaje más mala que la carne de pescuezo.


En una elegante elipsis abrimos plano para encontrarnos a Rolando Ramos, jefe de policía (polisía) de Beni, departamento amazónico en el noroeste de Bolivia quien compungido nos confiesa: "Cuando llegamos al lugar el sábado en la tarde con el forense el hombre ya estaba muerto pero aún tenía en el cuerpo millones de hormigas que le seguían picando".
Otro drama para el castigado Sur de América, otra familia rota y otra muerte más tonta que los pelos del culo que nos ayuda a pasar mejor esta mañana soleada en la oficina.

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viernes, 17 de julio de 2009

 

lunes, 13 de julio de 2009

 

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sábado, 11 de julio de 2009

 

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martes, 7 de julio de 2009

 

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viernes, 3 de julio de 2009

 

Killed by Pegamin (7)

"Dame veneno/que quiero morir/daaameee venenooooo..." Popular


Nunca nadie persiguió la muerte con tanto ahínco como Jacques LeFevrier. Este francés, perfeccionista y amante del detalle, buscaba a la muerte para arrebatarle la guadaña de un empujón y rebanarse el cuello con ella. Seguramente, vencido el miedo a la nada absoluta, en la trastocada cabeza del galo se instaló un miedo de sustitución- como un yonqui que reemplaza una adición por otra-: el miedo a fallar en su intento de asesinarse. Minucioso, empapado de ansiedad por anticipación, casi obsesivo, planeó lo que, sin duda, auspiciaba una muerte al 99,99% de posibilidades. Decidido a entonar el adiós mundo cruel, con su carta dirigida al Sr. Juez, sus discos empaquetados para que los heredera ese amigo que se relamía cada vez que subía a casa, su testamento actualizado y las macetas regadas, subió a un acantilado. Una vez allí, inflamado por la determinación, se ató al cuello una soga que terminaba en pedrusco, se bebió una petaca de veneno y cargó su revolver. Seguidamente, incendió su ropa, empujó la roca y saltó, quiero pensar que con una sonrisa de felicidad, hacia lo que él pensaba era el Suicidio Perfecto, mientras disparaba su pistola apuntando a esa cara que había llegado a aborrecer. Murió, claro.


Dramatización



...pero no como tenía planeado: su primer error fue errar el disparo que, aunque seguramente le socarró el bigote y le dejó medio sordo, consiguió cortar la soga y separarle de la roca que le hubiera arrastrado hasta el fondo. Ardiendo como una tea y con el buche lleno de raticida esto parecería un mal menor si no fuera porque el barrigazo contra las aguas apagó las llamas y le hizo vomitar vigorosamente la ponzoña que empezaba a burbujear en sus tripas. Aturdido, gomitado, seguramente con el pelo chamuscado, el cuello lacerado y con la desazón que se le queda a uno cuando pega un planchazo piscinero, LeFevrier siente que tiran de él. Una sonrisa exhausta se dibuja en su cara. Ya está aquí la Valkiria, debió pensar. Error. Se trataba de un pescador que tal vez pensara que el maltrecho ser se había caído de un nido, como un gurriato. Presto le llevó a la orilla y, desde allí, al hospital más cercano. Mientras, imagino, Jacques, sollozaba e invocaba a La Parca, que debía estar apagada o fuera de cobertura.


Pero no os desesperéis que esta historia, como las películas bonitas de Hollywood, acaba bien. Jacques LeFevrier acabó muriendo de hipotermia ese mismo día de 1989 mientras, en alguna radio del hospital, sonaba “The look”, de Roxette o “Another day in paradise”, de Phil Collins, o algo igualmente horrible. Pero podría haber sido peor, Jacques. Podrías haber muerto en España, donde el pescador, un infraser de Barbate, te habría provocado el tétanos, tras robarte la cartera, para acabar agonizando en un pasillo de hospital, entre veraneantes borrachos, abuelas con insolación y una familia de Getafe con salmonella, con la vida escapándose de tu maltrecho ser mientras, atronando con su aparato de radio, las chiquitas de la recepción mueven el cucú al ritmo de “Nada cambiara mi amor por ti”, de Glenn Medeiros, que pegó fuerte ese año.

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jueves, 2 de julio de 2009

 

Killed by Pegamin (6)

"Parece como si estuviera embarazada otra vez, es muy divertido" Jennifer Strange


La Wii de Nintendo es, a las consolas, lo que el Smart Roadster a los deportivos. Extrañamente, sin embargo, la gente los compra, los conduce e, incluso, hay foros en internet donde sus orgullosos propietarios departen amigablemente sobre lo guapo que es cruzar la ciudad encajonado en sus escasos 3 metros mientras sus increíbles 82 cv te acercan más y más a una muerte dolorosa y de gama baja para convertirte en una réplica poligonera de James Dean en tu "pequeño bastardo" con carrocería de poliespán. Con la Wii pasa lo mismo. Consola para auxiliares administrativos con sobrepeso, niños con déficit de atención y chicas sensibles y gorditas que se ponen en forma a costa de machacar el falso techo de escayola del vecino de abajo. Con todo y con eso hay fans de este purgatorio comprimido en 1.200 gramos. Incluso gente dispuesta a morir porque sus hijos hagan el tonto saltando delante de la televisión. Literalmente.
Es el caso de Jenifer Strange, de Sacramento (California), una joven madre que merecería ser la protagonista de un relato de Ballard cuando un viernes de Enero del 2007 en una de esas piruetas existenciales a las que son muy dados los americanos del norte murió por hiperhidratación (vulgo enguachinarse) al ingerir más de 7,5 litros de agua, sin ir a orinar, participando en un concurso necio de radio ("Hold your Wee for a Wii" / "Aguanta tu pipí por una Wii" ) para ganarse la aciaga consola para sus mocosos, mientras el gilipollas del locutor la animaría con sus "oh yeah", sus "go, jenni, go" o sus "drink, you dirty bitch!". Mientras ponía cara de circunstancias y, digo yo, repetía las frase de rigor (encima no ganó el concurso) como "me lo he pasado muy bien" o "lo importante es participar" Jenni empezó a experimentar un dolor de cabeza planetario por lo que decidió irse a su keli donde podría tumbarse en el sofá y pensar en lo gilipollas que puede llegar a ser una persona de 28 años y de raza caucásica del Hemisferio Norte. Eso sí, como premio de consolación, los simpáticos locutores, tras reírse un ratito de ella, le regalaron dos flamantes invitaciones para un concierto de Justin Timberlake (lo que hace su muerte un poquito más ridícula, si esto es posible).
Cinco horas más tarde Jenni, con el buche lleno de agua de agua de mineralización débil palmaba con su cerebro sufriendo una réplica del Katrina a su paso por Nueva Orleans. Resultado: 3 niños sin Wii, un viudo desconsolado, 10 personas despedidas, una posible causa criminal contra la emisora y un nuevo peligro mortal para aprensivos en esta era falta de verdaderos riesgos vitales. De aquí a los noticiarios de Antena 3 solo había un paso.

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miércoles, 1 de julio de 2009

 

Adolescencia en Polonia


Nunca habéis conocido una chica como Kasia.

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