martes, 29 de noviembre de 2005
Patrocinio Jimenez, el que le cantaba a los muertos
En 1957 pereció Pedro Infante en el cielo de Yucatán cuando explotó el avión que él mismo pilotaba. Infante había sucedido a Negrete, también muerto prematuramente, en el trono de la canción popular mexicana, pero, ¿quién le sucedería a él? Como un deux-ex-mariachi, Javier Solís se encaramó a su panteón mientras le bajaban a la tierra y cantó un “Grito prisionero” que era un reclamo al trono que no le fue denegado.
Solís sentó un peligroso precedente, y no solo en su (de nuevo) prematura muerte tuvo que aguantar que su sepelio en el ‘lote de artistas’ del cementerio de Panteón Jardín se montara una verdadera guerra de charros aspirantes intentando escalar su tálamo mortuorio y resbalando en la hierba recién regada (como él había pedido cuando ya se vio expirar) que la rodeaba, sino a que, desde entonces, los muertos cantores no descansen en paz ya que cuando no es el aniversario de uno es el de otro y aquello acaba por ser un poco macabro cuando no cansino, viendo rondar y pelearse entre ellos a todos aquellos muchachos y no tan muchachos imitando a sus ídolos en busca de arrebatarles su fama, a Negretes encabronados con Infantes, a Solises terciando sin mucho éxito, a coros enteros de duplicados de charro ilustre y muerto.
Entre aquellos mármoles creció, maduro, poco, y envejeció Patrocinio Jiménez, dicen que el más dotado de un estilo verdaderamente personal pero que malgastó inventando una técnica que consistía en modular, en una misma ranchera, como todos los grandes, transfigurándose además en sus gestos más característicos. Un hombre que hacía eso sentado sobre una lápida, daba mal rollo seguro y nadie le quiso dar una oportunidad. Al final fue amparado por los responsables del cementerio porque, ya que se ocultaba para quedarse allí a pasar las noches, trataron de buscarle alguna ocupación, o más bien un uso, y lo único que le pidieron es que si cantaba de noche, que cantara sólo por el bolero-ranchera, que era más llevadero por los muertos presentes y los amantes vivos que allá se escondían a fornicar.
Patrocinio era una gárgola negra que cantaba con los grillos y sus luces de candilejas eran los fuegos fatuos. Los deudos de muertos recientes le pagaban algo para que en las noches posteriores al sepelio le cantara algo al recién dejado, para que se sintiera o menos solo o menos muerto. Se hizo costumbre ver a la gente dándole la listita a Patrocinio el de los muertos, un papelito en el que a lo mejor solo ponía “María bonita” o “La cama de piedra” y alguna propina. Hubo quien pasó sus últimas horas discutiendo con su futura viuda sobre las canciones que le gustaría escuchar bajo tierra.
Casi todo lo que cantaba eran recreaciones de éxitos, aunque también a veces deslizó temas propios. Con el tiempo se había vuelto un hombre bastante espiritual, a su manera, y eso lo reflejaba en sus composiciones, en las que normalmente se caracterizaba como un charro que hablaba con los muertos, con los ángeles y con algunos espíritus de filiación desconocida. Al final un pequeño sello independiente, más como broma que otra cosa, decidió editar un compilado de algunas de esas canciones que aún se encuentra en tiendas mexicanas, por lo que si algún amigo va a DF le recomendamos que busque “16 grandes éxitos de El cantante de los Muertos: Patrocinio Jiménez”, en Pulque Sí / Tangará. A Patrocinio no le busquen, porque hace algunos años cogió una mala enfermedad de los pulmones y aprovecharon en el clínico para trasladarle después a un psiquiátrico. Ya nadie le canta a los muertos por las noches.