lunes, 19 de diciembre de 2005
Sagasta el Aizkolari y el regreso de Super-Maketo
Dedicado a Ender Wiggins, metagilipollas.
-¡¡TUNK!!- Las mesas de la taberna se movieron. Los vasos cayeron al suelo y todo sonó a cristales rotos. -Zer da hori?- La gente se miraba extrañada. En la calle todos corrían despavoridos. Las ratas salían de sus escondrijos y corrían calle abajo.
-¡¡TUNK!!- Las mujeres se asomaban a los balcones, intránquilas, el pañuelo en la cabeza aún sin anudar. Alguien se acerca corriendo y vociferando por la única calle del pueblo, la de la iglesia.
-¡Es Super-Maketo, es Super-Maketo!, ¡volver esta hasiendo!- Todos se miran confundidos, con un espanto que tienen que rescatar de entre el olvido.
Los hombres han bajado de los caseríos, el ganado sin recoger, se juntan en corros para discutir y para asustarse unos a otros. Un chaval baja del campanario a toda prisa y se acerca donde sus mayores.
-¿Que pasa mutiko, que has visto?-
-No es Super-Maketo como amama contar, este es deabru negro, negro ¡y crese más cada ves que se aserca!-
Así que los hombres deciden subir a mirar, precipitándose unos sobre otros. Lo que ven no les deja otra opción. Desde el mismo campanario dán la señal. El irrintzi secreto para llamar a Sagasta.
Sagasta ya estaba de camino, esperando que de un momento a otro el aire le trajera el sonido del irrintzi secreto, que tan bien conocía a pesar de haberlo oido tan pocas veces. De hecho había sido el que primero había percibido la pequeña vibración, al principio. Estaba afilando su hacha y no era normal que se desviara. Tras unos minutos supo que aquello era un ruido de pasos como los que nunca había sentido.
-¡Sagasta, Sagasta!, ¡Super-Maketo volver está hasiendo!. ¡Echar habrá que volver a haser!- Sagasta entraba en la plaza, calmado, su mejor hacha sobre los hombros, como el escaso equipaje de un peregrino.
-¿Y que problema hay, pues?-
-¡Este es negro, Sagasta, Super-Maketo negro poner ha hecho, y crese, crese y crese!- El niño se adelantó a los mayores, como para que Sagasta supiera que el había sido el primer testigo.
-Eso ver habrá que haser-
Sagasta se encaminó al campanario, pero solo permitió al cura subir con el a lo alto. Desde allí lo pudo ver. Una nube de hombres negros rondaba al gigante, y a cada segundo uno se lanzaba sobre el cuerpo y se integraba en él, haciendo que creciera aún más.
-Si sigue comiendo así nuestras cosechas no vamos a tener nada para ese año.-
-Lo sé, padre Txomin, es como la otra ves. Pero mire, esta ves super-maketo esta comiendo abonos.-
-Ya veo, Sagasta, pero ¿cuanto tardará en cansarse?, pronto descubrirá las patatas, y luego el serdo, y luego... nos dejará sin nada.-
-No se preocupe padre, ese monstruo volver va a haser, por donde ha venido.-
Sagasta bajo de nuevo a la plaza. Todos los hombres vieron ese algo de determinación en su mirada y su cuerpo de dos metros y medio tenso y sintieron de nuevo el calor del aplomo que habían perdido en sus piernas. ¡Sagasta iba a tomar cuenta!.
-¡EEEEUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUP!!- Sagasta corría, hacha en mano, brillando su filo acerado con el sol de la mañana, hacia el monstruo. Sus enormes albarcas evacuaban charcos de barro y agua y parecía que flotaba en una nube de plata, trayendo el castigo en la mano para sus enemigos.
Super-Maketo lo vió venir. No estaba acostumbrado a ver seres así. Torpemente dejó caer el abono que devoraba de sus manos y se levantó, a trompicones. Sagasta ya estaba encima suyo antes de que se hubiera incorporado.
Lanzó un terrible hachazo a su rodilla, que hubiera cortado un roble de ese solo tajo. La pierna quedó cercenada, pero, rápido, de la nube de hombres unos acudieron a ocupar el espacio entre la pierna cortada y el cuerpo. Super-Maketo volvía a estar entero. Sin decaer Sagasta decidió lanzar otro terrible golpe, esta vez a la cabeza, que se reventó como una sandía. De la nube dde hombres otros rellenaron el estropicio. De nuevo Super-Maketo, estaba idemne.
Sagasta se lanzó sobre la nube de hombres. Uno a uno fué derribandolos. Pero eran demasiados y se movían muy rápido para que Sagasta acabara con ellos sin realizar un esfuerzo titánico. Finalmente, en el límite de sus fuerzas, Sagasta agarró su hacha con las dos manos, se encorvó hacia atras y la lanzó, girando como una hélice hacia la cara de la bestia. Por lo menos la cegaría, luego quizas pudiera sepultarla o quemarla. El hacha impactó contra la cara, pero solo consiguió que se enfureciera aún más y propinara un manotazo al espantado Sagasta. Porque el monstruo ya estaba ciego, le había acertado en la cara, pero no tenía ojos, nunca los había tenido.
Sagasta se levantó y volvió al pueblo corriendo.
Todos esperaban, ansiosos, con la botella de txakolí preparada para celebrar la nueva victoria. Algunos ya la habían despreparado y celebraban por adelantado. Pero Sagasta venía corriendo, el ceño fruncido.
-¡Al monte, al monte todos, a cortar leña!-
-¿Qué pasa pues, Sagasta, Super-Maketo no ha muerto ya?-
-¡Rápido, no pregunteis, al monte, al monte!-
Todos corrieron a sus casas a por sus hachas. Eran mujeres y niños, hombres y viejos. En el monte, mientras tiraban un pino tras otro, mientras desbrozaban y llevaban los troncos a donde Sagasta les había indicado, todos hacían cábalas.
-¡Seguro que Sagasta hará un arma gigante!-
-¡Si, seguro. Vá a matar a Super-Maketo como a un serdo!-
-¿Tú crees que será una catapulca grande, o a lo mejor dos pequeñas?-
Sagasta mismo, cortaba árboles con la gente. Mientras que el hombre más fuerte del pueblo tiraba un árbol, Sagasta vaciaba una ladera entera. Manejaba un hacha en cada mano y tiraba cuatro árboles en cada golpe, dos por hacha. Los niños dejaban de trabajar solo por verle, asombrados de que las historias que habían oido cerca de la lumbre fueran ciertas.
Cuando hubieron recogido toda la leña que Sagasta creyó necesaria, les mandó a sus casas. Ellos pensaron que construiría su arma durante la noche. Allí le dejaron, solo en aquella campa, el les pidió.
A la mañana todos se reunieron delante de la iglesia. Habían freido tocino y habían traido roscas y queso. Los hombres bebían el txakolí que sobró el día anterior. Todos festejaban y seguían imaginandose el arma soberbia que iban a contemplar. Super-Maketo daba risa esa mañana.
Se reunieron en comitiva y se encaminaron a la campa donde Sagasta había trabajado toda la noche. Una columna de humo sujetaba el cielo. ¡Un cañón!. ¡Una catapulta con fuego!.
El humo salía de una chimenea. Una chimenea que estaba encima de un caserío, un caserío enorme, todo de madera. Sagasta estaba tumbado en la hierba, mirando su obra, mientras fumaba en su pipa. Los pueblerinos estaban boquiabiertos, nunca habían visto nada más grande. Pero no se esperaban eso. ¡Sagasta se había vuelto loco!
-¿Como es eso, pues?. ¡Parese una casa gigante!.-
-Padre Txomin, es un caserío gigante, para un gigante que no puedo venser. Ahora volvais al pueblo y, todos los días, traerle un poco de mierda para que pueda comer.-
-¡¡TUNK!!- Las mesas de la taberna se movieron. Los vasos cayeron al suelo y todo sonó a cristales rotos. -Zer da hori?- La gente se miraba extrañada. En la calle todos corrían despavoridos. Las ratas salían de sus escondrijos y corrían calle abajo.
-¡¡TUNK!!- Las mujeres se asomaban a los balcones, intránquilas, el pañuelo en la cabeza aún sin anudar. Alguien se acerca corriendo y vociferando por la única calle del pueblo, la de la iglesia.
-¡Es Super-Maketo, es Super-Maketo!, ¡volver esta hasiendo!- Todos se miran confundidos, con un espanto que tienen que rescatar de entre el olvido.
Los hombres han bajado de los caseríos, el ganado sin recoger, se juntan en corros para discutir y para asustarse unos a otros. Un chaval baja del campanario a toda prisa y se acerca donde sus mayores.
-¿Que pasa mutiko, que has visto?-
-No es Super-Maketo como amama contar, este es deabru negro, negro ¡y crese más cada ves que se aserca!-
Así que los hombres deciden subir a mirar, precipitándose unos sobre otros. Lo que ven no les deja otra opción. Desde el mismo campanario dán la señal. El irrintzi secreto para llamar a Sagasta.
Sagasta ya estaba de camino, esperando que de un momento a otro el aire le trajera el sonido del irrintzi secreto, que tan bien conocía a pesar de haberlo oido tan pocas veces. De hecho había sido el que primero había percibido la pequeña vibración, al principio. Estaba afilando su hacha y no era normal que se desviara. Tras unos minutos supo que aquello era un ruido de pasos como los que nunca había sentido.
-¡Sagasta, Sagasta!, ¡Super-Maketo volver está hasiendo!. ¡Echar habrá que volver a haser!- Sagasta entraba en la plaza, calmado, su mejor hacha sobre los hombros, como el escaso equipaje de un peregrino.
-¿Y que problema hay, pues?-
-¡Este es negro, Sagasta, Super-Maketo negro poner ha hecho, y crese, crese y crese!- El niño se adelantó a los mayores, como para que Sagasta supiera que el había sido el primer testigo.
-Eso ver habrá que haser-
Sagasta se encaminó al campanario, pero solo permitió al cura subir con el a lo alto. Desde allí lo pudo ver. Una nube de hombres negros rondaba al gigante, y a cada segundo uno se lanzaba sobre el cuerpo y se integraba en él, haciendo que creciera aún más.
-Si sigue comiendo así nuestras cosechas no vamos a tener nada para ese año.-
-Lo sé, padre Txomin, es como la otra ves. Pero mire, esta ves super-maketo esta comiendo abonos.-
-Ya veo, Sagasta, pero ¿cuanto tardará en cansarse?, pronto descubrirá las patatas, y luego el serdo, y luego... nos dejará sin nada.-
-No se preocupe padre, ese monstruo volver va a haser, por donde ha venido.-
Sagasta bajo de nuevo a la plaza. Todos los hombres vieron ese algo de determinación en su mirada y su cuerpo de dos metros y medio tenso y sintieron de nuevo el calor del aplomo que habían perdido en sus piernas. ¡Sagasta iba a tomar cuenta!.
-¡EEEEUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUP!!- Sagasta corría, hacha en mano, brillando su filo acerado con el sol de la mañana, hacia el monstruo. Sus enormes albarcas evacuaban charcos de barro y agua y parecía que flotaba en una nube de plata, trayendo el castigo en la mano para sus enemigos.
Super-Maketo lo vió venir. No estaba acostumbrado a ver seres así. Torpemente dejó caer el abono que devoraba de sus manos y se levantó, a trompicones. Sagasta ya estaba encima suyo antes de que se hubiera incorporado.
Lanzó un terrible hachazo a su rodilla, que hubiera cortado un roble de ese solo tajo. La pierna quedó cercenada, pero, rápido, de la nube de hombres unos acudieron a ocupar el espacio entre la pierna cortada y el cuerpo. Super-Maketo volvía a estar entero. Sin decaer Sagasta decidió lanzar otro terrible golpe, esta vez a la cabeza, que se reventó como una sandía. De la nube dde hombres otros rellenaron el estropicio. De nuevo Super-Maketo, estaba idemne.
Sagasta se lanzó sobre la nube de hombres. Uno a uno fué derribandolos. Pero eran demasiados y se movían muy rápido para que Sagasta acabara con ellos sin realizar un esfuerzo titánico. Finalmente, en el límite de sus fuerzas, Sagasta agarró su hacha con las dos manos, se encorvó hacia atras y la lanzó, girando como una hélice hacia la cara de la bestia. Por lo menos la cegaría, luego quizas pudiera sepultarla o quemarla. El hacha impactó contra la cara, pero solo consiguió que se enfureciera aún más y propinara un manotazo al espantado Sagasta. Porque el monstruo ya estaba ciego, le había acertado en la cara, pero no tenía ojos, nunca los había tenido.
Sagasta se levantó y volvió al pueblo corriendo.
Todos esperaban, ansiosos, con la botella de txakolí preparada para celebrar la nueva victoria. Algunos ya la habían despreparado y celebraban por adelantado. Pero Sagasta venía corriendo, el ceño fruncido.
-¡Al monte, al monte todos, a cortar leña!-
-¿Qué pasa pues, Sagasta, Super-Maketo no ha muerto ya?-
-¡Rápido, no pregunteis, al monte, al monte!-
Todos corrieron a sus casas a por sus hachas. Eran mujeres y niños, hombres y viejos. En el monte, mientras tiraban un pino tras otro, mientras desbrozaban y llevaban los troncos a donde Sagasta les había indicado, todos hacían cábalas.
-¡Seguro que Sagasta hará un arma gigante!-
-¡Si, seguro. Vá a matar a Super-Maketo como a un serdo!-
-¿Tú crees que será una catapulca grande, o a lo mejor dos pequeñas?-
Sagasta mismo, cortaba árboles con la gente. Mientras que el hombre más fuerte del pueblo tiraba un árbol, Sagasta vaciaba una ladera entera. Manejaba un hacha en cada mano y tiraba cuatro árboles en cada golpe, dos por hacha. Los niños dejaban de trabajar solo por verle, asombrados de que las historias que habían oido cerca de la lumbre fueran ciertas.
Cuando hubieron recogido toda la leña que Sagasta creyó necesaria, les mandó a sus casas. Ellos pensaron que construiría su arma durante la noche. Allí le dejaron, solo en aquella campa, el les pidió.
A la mañana todos se reunieron delante de la iglesia. Habían freido tocino y habían traido roscas y queso. Los hombres bebían el txakolí que sobró el día anterior. Todos festejaban y seguían imaginandose el arma soberbia que iban a contemplar. Super-Maketo daba risa esa mañana.
Se reunieron en comitiva y se encaminaron a la campa donde Sagasta había trabajado toda la noche. Una columna de humo sujetaba el cielo. ¡Un cañón!. ¡Una catapulta con fuego!.
El humo salía de una chimenea. Una chimenea que estaba encima de un caserío, un caserío enorme, todo de madera. Sagasta estaba tumbado en la hierba, mirando su obra, mientras fumaba en su pipa. Los pueblerinos estaban boquiabiertos, nunca habían visto nada más grande. Pero no se esperaban eso. ¡Sagasta se había vuelto loco!
-¿Como es eso, pues?. ¡Parese una casa gigante!.-
-Padre Txomin, es un caserío gigante, para un gigante que no puedo venser. Ahora volvais al pueblo y, todos los días, traerle un poco de mierda para que pueda comer.-
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Lo de humilde era por mi valoración demi tiempo libre que he hecho, que no es tanto, pero lo aprovecho bien.
Ya sabes que humildad no gasto y menos como escudo para la mediocridad, que es la norma.
Ya sabes que humildad no gasto y menos como escudo para la mediocridad, que es la norma.
y lo del baloncesto por qué lo borraste? al cutrone parece que le molas, yo que tú me haría el humilde.
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