jueves, 19 de enero de 2006
Así es Tom Waits
Tom Waits, el compositor y cantante de altos vuelos y bajos fondos, habla de su infancia, de sus delirios y de realidades que parecen inventadas por el más macondiano de los cronistas. Me gusta mucho este texto, que se lee con la misma pasión con que se escribió y que explica muchas cosas de un músico al que adoro; y que, además podría pasar perfectamente por estar escrito expresamente para el Pegamin, salpicado de anécdotas, recuerdos personales y algo de imaginación, me temo. Está sacado del número de mayo de 1993 de una revista musical de Los Angeles llamada Buzz. Yo lo rescaté ya traducido de una lista de correo de Zappa, en la que era habitual (yo) hace unos cuantos años. Es un poco largo, pero creo que vale la pena:
Influencias musicales tempranas I
Voz: En mi familia no hay nadie realmente metido en el mundo del espectáculo, pero hay dos parientes que de muy joven tuvieron un efecto en mí y me marcaron de alguna manera. Eran el tío Vernon y el tío Robert. De niño siempre odié el sonido de mi voz. Quería sonar más como el tío Vernon, que tenía una voz grave y carrasposa. Todo lo que el tío Vernon decía sonaba importante, y siempre lo entendías la primera vez porque nadie se atrevía a pedirle que repitiera. Eventualmente, me enteré de que al tío Vernon lo operaron de chico y que los doctores habían dejado un pequeño par de tijeras y una gasa cuando lo cerraron. Años más tarde, en una cena de Navidad, el tío Vernon comenzó a ahogarse mientras trataba de expulsar un fríjol atravesado, y entonces arrojó la gasa y las tijeras. Así fue como el tío Vernon consiguió su voz, y así es como yo conseguí la mía, tratando de sonar como él.
Todos los domingos visitábamos al tío Robert, que era organista en una iglesia metodista en La Verne, California. El tío Robert tenía en su casa un órgano de fuelle cuya tubería se incrustaba en la azotea. Cuando tocaba, hacía resonar todas las notas juntas como si fueran crayolas rojas derretidas, y la casa entera se estremecía. Recuerdo que su casa era un caos total. Ropas por todos lados, la cama siempre destendida. «A lo mejor éste es el mundo del espectáculo», pensaba para mi interior. Le pregunté a mamá por qué yo no podía tener mi cuarto como el del tío Robert y ella me respondió: «Tom, tu tío Robert es ciego».
Guitarra: He aprendido un montón de cosas de otros músicos, y de escuchar el mundo a mi alrededor. Pero cuando era niño en Whittier, conocí a un pelirrojo llamado Billy Sweed que vivía con su madre en un tráiler cerca de las vías del tren. Billy fue quien me enseñó a tocar en clave menor. Billy no iba a la escuela. A los doce años ya fumaba y bebía, y vivía con su madre en el límite de una selva de vagabundos, a orillas de un lago de lodo hecho por la lluvia del que sobresalían llantas viejas. Allí había humo azul, carpas muertas y enormes calabazas del tamaño de pantallas de lámpara. Te podías extraviar tratando de encontrar su casa, por entre la hiedra sobrecrecida y los arbustos de piracanto. Para llegar, cruzabas un canal de desagüe bajo la carretera y pasabas a través de cañones de desperdicio, llenos de colchones y latas de pintura vacías.
Mientras Billy me enseñaba a tocar, yo notaba que le gustaba rayarse los jeans con una pluma. Cada pulgada de sus pantalones estaba cubierta con estos tatuajes y jeroglíficos extraños y prohibidos que a todas horas yo trataba de descifrar. Estoy seguro de que se trataba de su propia sim-bología musical, y que tenía cientos de canciones escritas en los pantalones.
La madre de Billy era enorme. Yo la miraba, luego miraba la puerta del tráiler y luego la miraba a ella de nuevo, y así me enfrenté con mi primer verdadero problema de matemáticas. ¿Cómo podía la señora Sweed entrar por esa puerta? Yo tenía ocho años y recuerdo que pensaba en ella como en un barco encerrado en una botella de la que jamás lograría salir. De alguna manera, el tráiler, el pantano y la señora Sweed brotaban de la guitarra de Billy en clave menor.
Un día de Año Nuevo, luego de una semana de fuertes lluvias, volví a su lugar para verlos de nuevo, pero Billy y su madre se habían marchado. Sin embargo, la secreta sabiduría de las cuerdas que él me había enseñado iba a sobrepasar todo lo que aprendería en la escuela y constituiría el cimiento de toda mi música.
Canciones: Siempre he amado las canciones de aventuras, las baladas asesinas, las canciones sobre naufragios y actos terribles de depravación y heroísmo. Relatos de seducción erótica, canciones de romance, temeridad y misterio. Todos hemos intentado alguna vez vivir al interior de una canción. Canciones donde la gente se muere de amor. Canciones de personas en fuga. Canciones de buques fantasmas o asaltos a bancos. Siempre he deseado vivir al interior de las canciones y no regresar jamás. Canciones que son recetas para supersticiones o que hablan de de-sapariciones inexplicables.
"They Call the Wind Mariah", "Teen Angel", "Bonnie Bonnie Bed-lam", "Pretty Boy Floyd", "Springhill Mining disaster", "Lonesome Death of Hattie Carol", "Winken, Blinken, and Nod", "The Sinking of the Titanic", "Three Ravens", "Zaz Turned Blue", "Pretty Polly", "Streets of Laredo", "Raglan Road", "John Henry", "Stagger Lee", "Ode to Billie Joe", "Frankie and Johnny", "Brother Can You Spare a Dime?", "Volga Boatman", "In the Hall of the Mountain King", "Goodnight Loving Trail", "Strange Fruit", "Jacob's Ladder", "Spanish is the Loving Tongue", "Lost in the Stars", "Sympathy for the Devil", "Auld Lang Syne" y "Jesus's Blood Never Fails Me". Ésas son algunas de mis favoritas.
Influencias musicales tempranas II
Blues: En la parte sur de Chicago, en el salón Cheskaboard, el último gran bluesero, Hound Dog Taylor, estaba tocando ante un público rudo y padeciendo a un borracho que desde la primera fila le jodía la vida. Sin detenerse, Hound Dog sacó un revólver punto treinta y ocho, le disparó al borracho en el pie, se guardó el arma en la parte trasera del pantalón y terminó la canción. Muchas veces he pensado en hacer lo mismo, pero nunca he tenido el valor.
El mundo del espectáculo: Vi a Monty Rock iii en 1969 en el Sunset Strip en un sitio llamado Filthy MacNasty con sólo seis personas en el público. Se estaba arrastrando por una versión amarga y distraída de "Tennessee Waltz", cuando de repente paró a la banda en seco (todos los miembros vestían trajes uniformes de tono rosado). El lugar se llenó de feedback al tiempo que él lanzaba su bebida contra la pared y acuchillaba uno de los amplificadores con la base del micrófono, mientras les decía a los seis encorbatados del público que eran unos chupasangres. Soltó luego una carcajada nerviosa mientras sudaba bajo el reflector y se dejó venir con una confesión psicótica, que parecía la mezcla de una ejecución y un strip-tease. Con un estilo que oscilaba entre chulo y predicador, contó historias de cuando trabajaba como peinador en Puerto Rico, al tiempo que soñaba con triunfar en Hollywood algún día. Despúes se encendió y cantó "I Who Have Nothing" a capella. Yo estaba allí. Supe entonces que quería ingresar al mundo del espectáculo cuanto antes.
Heavy metal: Era la Navidad de 1975 en Hollywood, California. Yo visitaba a unos amigos y estábamos dándole a los brebajes de temporada, cuando todos coincidimos en que el equipo de sonido de un vecino estaba demasiado alto (Mahogany Rush como a 10 puntos). Armado de valor líquido, me ofrecí de voluntario para la confrontación; trepé los dos pisos de escaleras exteriores y golpé a la puerta con un leño. Un gigante acudió a la puerta. Medía nueve pies de alto y su cabeza era tan grande como la de un caballo. Dijo algo en alemán y en seguida me levantó del cuello como si yo fuera un animal de peluche y trató de lanzarme por el balcón. Yo estaba agarrándome de él cuando la barandilla cedió, y ambos caímos dos pisos abajo hasta un callejón, aterrizando sobre una variedad de bicicletas.
Ya me tenía sujeto del cinturón como a una maleta y se preparaba a estampar mi cabeza contra un grifo, cuando comencé a reírme. Antes que pudiera darme cuenta, él también se estaba riendo conmigo. Allí estábamos los dos, el gigante y yo, revolcándonos en el piso muertos de la risa, con Mahogany Rush sonando a todo volumen y un Santa Claus de peluche con su reno eléctrico pestañeando y riéndose también con nosotros. Ése fue mi primer contacto verdadero con el heavy metal.
Elvis: De pasada en Memphis recientemente para asistir a un matrimonio, no pude resistir la tentación de visitar a Graceland. Me gustaron especialmente las troneras de bala que hay en los columpios y las ujieres adolescentes y rubicundas que no hacían sino recitar un texto memorizado mientras gesticulaban frente a la desvencijada estructura. «Elvis y los muchachos se estaban propasando en sus diversiones una noche cuando decidieron salir al jardín para hacer prácticas de tiro». También mencionaron que Elvis había escogido todo el mobiliario del Jungle Room en apenas treinta minutos.
Aventuras en América del Sur
Barco hundido: Cuando era niño, acostumbraba a bucear en busca de perlas en las cálidas aguas de la costa de Guaymas y San Felipe, donde descubrí un barco hundido cerca de San Blas.
Descendí a través de turbios corredores, agarrándome de los barandales hasta llegar al comedor y a la cocina. Tiré de una ventanilla que estaba atorada, me asomé y vi cuando unos cien esqueletos (todos sentados a las mesas y de smoking) se paraban de repente, levantaban los brazos sobre la cabeza y comenzaban a saludarme. Los cuerpos estaban descompuestos, pero los smokings lucían intactos.
Hermosillo: En Hermosillo, una prostituta enana se trepó a mi butaco del bar, se me sentó en el regazo y ordenó un "suicidio" doble, para luego contarme cómo había matado a su chulo a sangre fría en el bar Bali-Hai de Tijuana. Aquello había sucedido diez años atrás y desde entonces ella se había convertido al cristianismo carismático. Quería que la ayudara a recaudar el suficiente dinero para llegar a Fátima.
Carnaval mexicano: Recuerdo que cuando tenía diez años fui a un carnaval a San Vicente. Vi a una mujer con una cola de catorce pulgadas, cubierta de pelo. Era de verdad. Ella me dejó apretarla y me devolvió una sonrisa podrida. Un acordeón tocaba, a un volumen como para reventar los tímpanos, polcas de dientes amarillos, y no comí otra cosa que churros durante toda la noche, hasta que la feria quedó reducida a un reflejo de luz. Con azúcar alrededor de la boca, la cabeza dándome vueltas y los oídos zumbándome, regresé a la hacienda en un pick-up, la noche renegra, cargado con treinta niños todos vociferando en español. Estaba tan enfermo al día siguiente que me trastearon a uno de los edificios más apartados de la casa principal. Estaba seguro de que me habían puesto allí para que me muriera, de modo que lo acepté como si fuera un acto de amabilidad pacífica. Día tras día, una niña mexicana iba a visitarme y yo lamía Kool-Aid de su mano. Y el doctor parecía Charles Boyer, parado encima de mí con una jeringa gigantesca, hablando en portugués, mientras arrojaba al aire chorritos de cerilla amarilla.
La ciudad desnuda
Guerra de chulos: En una tienda de donuts que permanecía abierta toda la noche, en el cruce de la novena Avenida y Hennepin, en Minneapolis, Chuck Weiss y yo estábamos bebiendo un café en la barra, tarde en la noche. De pronto nos vimos en medio de una guerra entre dos chulos de trece años. Uno estaba afuera en la calle, disparando balas de verdad; el otro se escurría dentro del café, ocultándose tras la barra, desarmado y gritando: «¡León, eres hombre muerto!».
En ésas un frasco de palillos sale volando hacia la calle, luego el aspa de una licuadora, una espátula y una anotada de tenedores. Las balas pegan contra la estufa, un billete de dólar enmarcado y un perro de porcelana. Chuck y yo nos tiramos al piso mientras la rocola derrama "Our Day Will Come" de Dinah Washington. Cada balazo hace saltar la canción en la Wurlitzer hacia otra diferente, a cual más patética que la anterior.
Manhattan, en la mitad de la noche. Depósito municipal: En el muelle de la calle 74. Mi auto es recogido por una grúa y es atado con cadenas contra cientos de otros autos en un garaje endemoniadamente oscuro. La mujer que está detrás de la ventana de Plexiglass blindado se vuelve y te da la cara. Uno le nota la escopeta que tiene en el regazo y puede ver la cadena de metal que le entra y sale del escote, operada por un cuello de 28 pulgadas. Ella se interpone entre tú y el resto de tu vida. Debes pagar ciento veinticinco dólares, que podrían ser el doble, porque simplemente podrían. Y tu auto tiene un aire avergonzado y derrotado. Pero tú y él se sentirán más cercanos después de esta noche.
Diversión familiar: Algo que acostumbramos a hacer en familia es lo que llamamos "el paseo culebrero". En una noche oscura y lluviosa, partimos en nuestro viejo Cadillac hacia un tramo atroz de la carretera, lleno de curvas peligrosas; aceleramos a noventa millas y golpeamos los frenos. Los niños gritan de júbilo, porque siempre vamos a parar a un sitio diferente. Es mejor que el Cyclone o que cualquier montaña rusa, y lo mejor de todo es que lo hacemos en familia.
El reino animal
Buitres: De niño solía jugar el juego de la muerte en el que nos acostábamos en el desierto y nos cubríamos hasta el cuello a la espera de la llegada de los buitres. Uno por uno aparecían, dando vueltas sobre nuestras cabezas.
Entonces el más valiente aterrizaba y lentamente se aproximaba camino a los ojos, y nos llegaba el hedor de la carne podrida y oíamos el graznido, bajo y mohoso. Y cuando ya podíamos sentir el viento del aleteo y veíamos que los cuellos se curvaban en un signo de interrogación, saltábamos de la arena gritando, agarrábamos a los buitres del cuello y los zangoloteábamos sobre la cabeza como si fueran otras tantas sogas negras.
Peces: ¿Quiere algo de ciencia ficción? No hay que ir muy lejos. Está la lamprea del Pacífico. Los únicos dientes los tienen en la lengua. Devoran a otros peces de adentro hacia afuera. Se internan en ellos y dejan sólo una masa de piel y huesos. Viven cerca de la costa de México. No tienen estómago, sólo un tubo intestinal, pero tienen cuatro corazones, uno de ellos cerca de la cola. Comen con entusiasmo, pero tienen un metabolismo lento, así que pueden permanecer sin alimento durante meses. Son muy populares para la barbacoa en ciertas regiones de Asia, y su piel se utiliza para billeteras, sombreros, zapatos y bolsos. No tienen huesos duros, ni ojos, ni mandíbulas, apenas unos parches fotosensibles en la cabeza. Tal vez fue este pez el que inspiró al inventor de instrumentos, Qubias Reed Ghazala, para su "fotoclarinete" (un sintetizador sensible a la luz que modula la frecuencia del tono y el volumen mediante dos parches fotosensibles que producen una amplia variedad de sonidos de tono intermedio. Esto permite al músico crear música a partir de un haz de luz que suena como una langosta en una fogata).
Abejas: Los científicos han perfeccionado un método para transplantar los recuerdos de las abejas en sus embriones. Un poco después de nacer, las abejas que recibieron el trans-plante fueron capaces de encontrar el camino de regreso a las colmenas de sus donadores. Por medio de una microjeringa, los científicos toman proteínas y moléculas del centro de la memoria del cerebro y las inyectan en los embriones. Steven Ray, que se ha dedicado durante cinco años a esta investigación, ha revelado que ahora la cía está haciendo los mismos experimentos con seres humanos y usando sus descubrimientos en el mundo del espionaje. Parece que la única cosa que no permanece intacta durante los transplantes de memoria son las canciones de la gente. Éste es el tema de una nueva colaboración para una película entre Jim Jarmusch y yo que se llamaría "Todos murieron cantando".
Torcido y derecho: Mis hijos han comenzado a darse cuenta de que soy un poco diferente a los otros padres de familia. «¿Por qué no tienes un trabajo normal como los demás?», me preguntaron el otro día. Yo les conté esta
historia:
En el bosque había un árbol chueco y otro derecho. Todos los días, el árbol derecho le decía al chueco: «Mírame, soy alto, recto y hermoso. Mírate, tú eres torcido y chueco. Nadie te quiere ver». Y juntos crecían en aquel bosque. Entonces un día llegaron los leñadores, y vieron el árbol chueco y el derecho, y dijeron: «Sólo corten los árboles rectos y dejen a los demás». Y los leñadores convirtieron todos los árboles rectos en leña, palillos y papel.
Mientras el árbol torcido continúa allí, creciendo fuerte y extraño, día tras día.
De propina, enlazo a una página en la que Tom Waits comenta sus 20 discos favoritos de todos los tiempos. "Trout mask replica" es un disco del que le he oído hablar muchas veces. También menciona a Zappa, cómo no, aunque con el último disco que publicó en vida, muy poco significativo de su carrera, en mi opinión, y en el que personalmente no alcanzo a encontrar la genialidad de sus primeras composiciones, que son lo que a mí más me gusta. Por lo demás, les dora la píldora a los clásicos del rock y el jazz (Dylan, Stones, Cohen, Little Richards, Hound Dog, James Brown, Thelonius Monk...), menciona un Aria de ópera, música folklórica checa, y me sorprende especialmente que ponga en un altar a gente como Les Claypool, Marc Ribot, Lounge Lizards o Elvis Costello, más que nada porque jamás les habría asociado. En el puesto nº 1, el más sorprendente de todos.
No sé si os gusta Tom Waits tanto como a mí, pero estaréis conmigo en que valía la pena rescatar esto, y que pega con el espíritu del blog... Precisamente porque no hay ningún espíritu.
Tom, si te quieres unir al Pegamin, escríbeme y nos lo pensamos.
Comments:
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Dices mucho de ti con tal afirmación, tanto por la forma como por el contenido... Tremendamente útil tu comentario. Ánimo chavalote, llegarás lejos.
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