miércoles, 18 de enero de 2006
El final del Catch en Euskadi
Y con sus grandes visiones en la cabeza, Valentín, ahora el Capitán, mandó acampar cerca del monte Orio.
Uno siempre se pregunta que hay detrás de esas casualidades que llevan a un hombre a dar un giro inesperado en el camino de su vida, y si realmente son casualidades. El pequeño circo ambulante viaja en una carreta, a la que acoplan un tenderete bajo el que duermen, embutidos en sacos de campaña excedentes de la reciente guerra.
A media noche, Sugarra se despierta, como contaría más tarde "...preguntándome si de veras había visto esa luz o la había soñado...". Preocupado, aguarda rígido en su saco. No eran precisamente el Papa de Roma y su cohorte de palafreneros, así que teme que una partida de guardia civiles, o puede que algo mejor, ande rondando por su campamento. De repente "...como por el chasquido de un dedo...", se vé, con todos los integrantes del circo, cara a cara con unas personas a las que no conocía. De nada. Todos están de pie, despiertos, mirándo a sus interlocutores y mirándose entre sí. Años más tarde, Sugarra, el único superviviente que contó algo de aquel episodio, diría que realmente no los veía, "...porque realmente no tenían forma a la vista...", sino que de alguna manera los percibía. No hablaban, pero todos les oían.
"Somos los muertos, y somos los vivos, tal y como somos la muerte y la vida". Sugarra dice que alguno de ellos estaba distraido, y que incluso al que oían se le notaba distante, como si cantara una canción a una hormiga. "Hemos mirado a los ojos de muchos hombres y hemos llorado con las penas de todos, pero nos ha sido otorgado el sufrir sus maldades y este es un tiempo de muchas, y nos molestan y por eso venimos y tomamos formas que comprendeis, y os hablamos a vosotros aunque no escuchais. De entre los hombres de hoy en día, vosotros los cinco sois los únicos que no nos haceis daño y por eso os hablamos en vuestro lenguaje, que en nuestra boca nos sabe a cenizas. No lo sabeis, pero cada hombre es su prueba, y solo esa prueba cuenta para nosotros, pues como la cumpla es lo que hará que durmamos o lo que hará que tengamos que despertarnos y despertaros a vosotros. Solo eso nos importa del hombre y es su prueba, y la tortura que nos ha sido impuesta es que al hombre es lo único que no le importa."
"Vosotros, hombres" dijo, y Valentín y Giancarlo volvieron al momento al saco de dormir, quedando dormidos como estaban antes de despertar. "Ya la habeis cumplido". "Tú mujer, no la hiciste. Puedes vivir, pero nos hiciste sufrir y cada sufrimiento nuestro es eterno. Vete andando a dormir y descansa, pues tu vida sigue." Y Heliodora hizo lo que le mandó. "Vosotros dos sois por lo que hemos venido, teneis que cumplir vuestra prueba o no dormiremos. No podemos mover vuestros brazos, porque la prueba es vuestra y así debeis hacerla. No teneis por qué hacerla, pero nos ahorraréis lágrimas eternas. La hagais o no, nunca nos veremos más, puesto que el resultado ya estará para siempre sin remedio, pues esa es vuestra maldición y no la nuestra. No tendreis nada a cambio, cansaros pronto de esperarlo. Ahora tenemos que ayudaros, porque vuestra prueba urge y tenemos un dolor grande."
El espectro se dió la vuelta y de repente, Sugarra y el Volatinero se encontrarón en un frontón, lleno de gente y eran otros tiempos, pues la gente iba vestida de otra forma. Sin embargo, Sugarra confiesa que no estaba desorientado, al contrario, tenía una lucidez como solo la había experimentado en la guerra, mientras manejaba el mortero y escuchaba los disparos del enemigo entre los árboles, cada vez más cercanos. Miró al Volatinero y supo que él también estaba lúcido. Escucharon a su alrededor y todo lo que vieron les sorprendió. Estaban en un balcón y la gente les empujaba al pasar, peleándose por un buen sitio.
"Mira", dijo el Volatinero, enseñándole en su mano la mitad de unas tijeras de podar, con su filo curvo reluciente. Enseguida la ocultó bajo su puño, como acordándose de algo. Sugarra miró su mano y, a su vez, tenía un encendedor. Estaba untado en combustible, el fuego del Capitán, que ardía sin quemar.
Observaron el juego, que estaba a punto de terminar, y observaron a la gente, que miraba el ir y el venir de la pelota, y que entretenía sus miradas en un punto por debajo del balcón donde ellos estaban. Miraron allí, y de repente tuvieron miedo.
"Hazlo". "Espera, no puedo". "Si no saltas primero, yo no podré". "Espera, tengo miedo de matarme". El juego había acabado. La gente bajaba al campo, arremolinándose alrededor de los jugadores. La persona a la que miraban comenzó a caminar entre ellos, y todos se apartaron, menos ocho hombres que nunca se separaban de este. Ellos dos también bajaron, con una furia que les crecía dentro cada vez mayor. "Hazlo, aún podremos". "Espera, hay demasiada gente". "Ya es tarde, vamonos". "No, espera, quiero hacerlo".
De repente, un alarido atrajo todas las miradas, un olor lo llenó todo. Un hombre se quemaba. Ellos dos le miraron. Cuando volvieron la vista al hombre que tenían que matar, ya no estaba, se lo habían tragado los ocho hombres. "Ahora ya es tarde". Ambos salieron a la calle, y habían pasado demasiados años en una sola noche. El Volatinero dobló una esquina y nunca más se supo de él. Sugarra fué a la playa, y se prendió fuego y se metió en el agua y volvió a salir, ardiendo de nuevo, simulando como en sus combates que había vuelto y que aún podía ganar.
Buscó a Valentín y a Heliodora y a Giancarlo, pero no les encontró. Se busco a si mismo, pero se encontró donde no debía estar. Afortunadamente, los bares y el vino seguían funcionando igual. Por simple inercia, abrió el suyo propio y cuenta su historia a quien quiera oírla. La gente, por lo general, opina que es una extravagancia y que no tiene sentido. Sugarra dice que mientras tomas un buen vino, cualquier historia es buena y si tiene sentido o no, dá igual. Aunque aún oye, en el fondo de su memoria le queda, un lamento eterno.
Y así acaba la historia del catch en Euskadi.
Uno siempre se pregunta que hay detrás de esas casualidades que llevan a un hombre a dar un giro inesperado en el camino de su vida, y si realmente son casualidades. El pequeño circo ambulante viaja en una carreta, a la que acoplan un tenderete bajo el que duermen, embutidos en sacos de campaña excedentes de la reciente guerra.
A media noche, Sugarra se despierta, como contaría más tarde "...preguntándome si de veras había visto esa luz o la había soñado...". Preocupado, aguarda rígido en su saco. No eran precisamente el Papa de Roma y su cohorte de palafreneros, así que teme que una partida de guardia civiles, o puede que algo mejor, ande rondando por su campamento. De repente "...como por el chasquido de un dedo...", se vé, con todos los integrantes del circo, cara a cara con unas personas a las que no conocía. De nada. Todos están de pie, despiertos, mirándo a sus interlocutores y mirándose entre sí. Años más tarde, Sugarra, el único superviviente que contó algo de aquel episodio, diría que realmente no los veía, "...porque realmente no tenían forma a la vista...", sino que de alguna manera los percibía. No hablaban, pero todos les oían.
"Somos los muertos, y somos los vivos, tal y como somos la muerte y la vida". Sugarra dice que alguno de ellos estaba distraido, y que incluso al que oían se le notaba distante, como si cantara una canción a una hormiga. "Hemos mirado a los ojos de muchos hombres y hemos llorado con las penas de todos, pero nos ha sido otorgado el sufrir sus maldades y este es un tiempo de muchas, y nos molestan y por eso venimos y tomamos formas que comprendeis, y os hablamos a vosotros aunque no escuchais. De entre los hombres de hoy en día, vosotros los cinco sois los únicos que no nos haceis daño y por eso os hablamos en vuestro lenguaje, que en nuestra boca nos sabe a cenizas. No lo sabeis, pero cada hombre es su prueba, y solo esa prueba cuenta para nosotros, pues como la cumpla es lo que hará que durmamos o lo que hará que tengamos que despertarnos y despertaros a vosotros. Solo eso nos importa del hombre y es su prueba, y la tortura que nos ha sido impuesta es que al hombre es lo único que no le importa."
"Vosotros, hombres" dijo, y Valentín y Giancarlo volvieron al momento al saco de dormir, quedando dormidos como estaban antes de despertar. "Ya la habeis cumplido". "Tú mujer, no la hiciste. Puedes vivir, pero nos hiciste sufrir y cada sufrimiento nuestro es eterno. Vete andando a dormir y descansa, pues tu vida sigue." Y Heliodora hizo lo que le mandó. "Vosotros dos sois por lo que hemos venido, teneis que cumplir vuestra prueba o no dormiremos. No podemos mover vuestros brazos, porque la prueba es vuestra y así debeis hacerla. No teneis por qué hacerla, pero nos ahorraréis lágrimas eternas. La hagais o no, nunca nos veremos más, puesto que el resultado ya estará para siempre sin remedio, pues esa es vuestra maldición y no la nuestra. No tendreis nada a cambio, cansaros pronto de esperarlo. Ahora tenemos que ayudaros, porque vuestra prueba urge y tenemos un dolor grande."
El espectro se dió la vuelta y de repente, Sugarra y el Volatinero se encontrarón en un frontón, lleno de gente y eran otros tiempos, pues la gente iba vestida de otra forma. Sin embargo, Sugarra confiesa que no estaba desorientado, al contrario, tenía una lucidez como solo la había experimentado en la guerra, mientras manejaba el mortero y escuchaba los disparos del enemigo entre los árboles, cada vez más cercanos. Miró al Volatinero y supo que él también estaba lúcido. Escucharon a su alrededor y todo lo que vieron les sorprendió. Estaban en un balcón y la gente les empujaba al pasar, peleándose por un buen sitio.
"Mira", dijo el Volatinero, enseñándole en su mano la mitad de unas tijeras de podar, con su filo curvo reluciente. Enseguida la ocultó bajo su puño, como acordándose de algo. Sugarra miró su mano y, a su vez, tenía un encendedor. Estaba untado en combustible, el fuego del Capitán, que ardía sin quemar.
Observaron el juego, que estaba a punto de terminar, y observaron a la gente, que miraba el ir y el venir de la pelota, y que entretenía sus miradas en un punto por debajo del balcón donde ellos estaban. Miraron allí, y de repente tuvieron miedo.
"Hazlo". "Espera, no puedo". "Si no saltas primero, yo no podré". "Espera, tengo miedo de matarme". El juego había acabado. La gente bajaba al campo, arremolinándose alrededor de los jugadores. La persona a la que miraban comenzó a caminar entre ellos, y todos se apartaron, menos ocho hombres que nunca se separaban de este. Ellos dos también bajaron, con una furia que les crecía dentro cada vez mayor. "Hazlo, aún podremos". "Espera, hay demasiada gente". "Ya es tarde, vamonos". "No, espera, quiero hacerlo".
De repente, un alarido atrajo todas las miradas, un olor lo llenó todo. Un hombre se quemaba. Ellos dos le miraron. Cuando volvieron la vista al hombre que tenían que matar, ya no estaba, se lo habían tragado los ocho hombres. "Ahora ya es tarde". Ambos salieron a la calle, y habían pasado demasiados años en una sola noche. El Volatinero dobló una esquina y nunca más se supo de él. Sugarra fué a la playa, y se prendió fuego y se metió en el agua y volvió a salir, ardiendo de nuevo, simulando como en sus combates que había vuelto y que aún podía ganar.
Buscó a Valentín y a Heliodora y a Giancarlo, pero no les encontró. Se busco a si mismo, pero se encontró donde no debía estar. Afortunadamente, los bares y el vino seguían funcionando igual. Por simple inercia, abrió el suyo propio y cuenta su historia a quien quiera oírla. La gente, por lo general, opina que es una extravagancia y que no tiene sentido. Sugarra dice que mientras tomas un buen vino, cualquier historia es buena y si tiene sentido o no, dá igual. Aunque aún oye, en el fondo de su memoria le queda, un lamento eterno.
Y así acaba la historia del catch en Euskadi.