miércoles, 11 de enero de 2006
El Pressing Catch en Euskadi
Como el tema está que arde, no puedo por menos que mencionar la breve y anodina, pero intensa historia del catch en el Pais Vasco. Aquí no sé trató de un fenómeno exclusivista, como sucedió en Madrid, bajo el amparo de Alfonso XIII, sino que constituyó un ingrediente más de esos espectáculos nómadas para la población rural que alegraban la monótona vida de los baserritarras en la posguerra. Estos, como en todas las guerras, habían sido más o menos ajenos a la famosa contienda fratricida y eran todavía más ajenos a las consecuencias de esta, y como el clima social que se olían era el que imaginamos, tenemos pues a toda una masa social ávida de nuevas sensaciones. Lo cual se complementaba con el hecho de que ciertas personas que se equivocaron de bando y que aún así conservaron el pellejo, se encontraron de repente en la más total inopia y con ganas de no darse a conocer por el momento en ningún sitio fijo. Así, Valentín Letamendi, comerciante de bienes varios y de buena familia, que se había dedicado durante toda la guerra a traer barcos llenos de rifles de Liverpool para el bando rojo, se encontró de repente en una situación comprometida. Harto de viajar y viendo que las aguas volvían a su cauce, Valentín tuvo los arrestos necesarios para cambiarse el nombre y crear un espectáculo itinerante con el fin de condimentar las numerosas ferias de los pueblos de Euskal Herría. Se valió de presidiarios fugados, animales abandonados y elementos fugitivos en general para reclutar una pequeña (pero suficiente para el público cateto que iba a tener) y alegre masa feriante. Así tenía al hombre que bebía veinte jarras de agua y luego las vomitaba en una especie de sifón infinito, que era el mismo que con un viejo truco de minero se rompía piedras gigantescas sobre el pecho, y que era el mismo que mataba un burro (que estaba entrenado para morir cada función) de un solo puñetazo en la testuz. Era el mismo, digo, pero con diferentes guisas y presentaciones. Cuando la piedra era Jauno, cuando lo del agua era Neptuno y cuando lo del burro era Sansón. El Circo contaba también con Heliodora la gimnasta, una prostituta de habilidades desconocidas, Pachicu, que era el mismo burro asesinado, redivivo para tocar el acordeón acompañando a Giancarlo, un tenor italiano que interpretaba los hits del momento.
A pesar de la sorpresa y el arrebato que en el público provocaban tan sensacionales y disparatados números, resurrección borrica incluida, ninguno igualaba al número final. La "lucha inglesa".
Valentín había quedado prendado en sus muchos viajes de las peleas que se organizaban espontaneamente en los puertos ingleses entre marinos y estibadores de todas las partes del mundo. Indios y aborigenes, americanos y holandeses luchaban con singulares estilos en los cuadriláteros de madera flotantes que se utilizaban para descargar los barcos, que una vez vacíos semejaban a los rings de boxeo, con la singularidad de que si caías fuera te esperaba un chapuzón en las negras aguas del puerto. La madera húmeda, la ausencia de reglas y, aún más, el sustancioso dinero que se conseguía por acabar con tu rival a remojo, llevaba a los luchadores a ejecutar prodigiosas piruetas y amarres sobre el rival, resultando en combates épicos y plenos de espectáculo y emoción.
Valentín, que vió el enorme potencial del asunto, no pudo por menos que incluir un número de combate libre (y ensayado) en su espectáculo. Él mismo lo bautizó como "lucha inglesa", que fué el nombre con el que más tarde se dió a conocer en todo Euskadi. Así, y con la impresión en la retina de aquellos combates que tanto le impresionaron, creó un remedo del ring acuático, con una lona impermeable que rescató de su propio barco, secuestrado en Portugalete. Sujetaba esta con un ingenio de varillas metálicas y la llenaba de agua, y sobre esta colocaba una tarima flotante (ejem, quiero decir realmente flotante) rodeada de boyas que impedían que volcara arruinando el combate y que quedaba finalmente rodeada por el agua, destino final del luchador derrotado. No hay que desdeñar el hecho de que todo el montaje era perfectamente pelegable y apto para su representación en cada pueblo, como de hecho fué.
Valentín comenzó con solo dos luchadores y con una sola coreografía. Uno era Domingo Martínez, que así se llamaba el pluriempeado del burro, piedra y agua. A Domingo, Valentín le caracterizaba de la siguiente guisa: pintaba su corpachón con betún, de la cabeza a los pies, le ponía una inexplicable boina vasca y le colocaba un taparrabos del cual colgaban dos bolas de lana comprimida a la que impregnaba una fórmula marinera que hacía que ardieran sin quemar y sin apagarse a pesar del movimiento o incluso a pesar de estar bajo el agua. Debido a esto le bautizó como "Sugarra" (bola de fuego).
Al otro, Martín Minzarbeitia, un grumete que hacía las de vigía bajo su capitanazgo y que era famoso en el barco por su incomparable flexibilidad, destreza y agilidad, demostradas a la hora de robar raciones y subir a comerlas burlón a los palos mayores a la velocidad de la luz, lo vistió con un compendio de gasas y conatos de sedas avolantadas y huecas (para realzar la espectacularidad de sus veloces movimientos), coronado el asunto con una especie de turbante, al que adornaba con un pedazo de vidrio rojo. Le llamó El Rajá, pero debido a sus rápidas volteretas, a su velocidad y a su terrible dinamismo sobre el ring flotante, el público le rebautizó con el nombre con el que luego sería conocido en todo Euskadi: "El Volatinero".
(...mañana continuará)
A pesar de la sorpresa y el arrebato que en el público provocaban tan sensacionales y disparatados números, resurrección borrica incluida, ninguno igualaba al número final. La "lucha inglesa".
Valentín había quedado prendado en sus muchos viajes de las peleas que se organizaban espontaneamente en los puertos ingleses entre marinos y estibadores de todas las partes del mundo. Indios y aborigenes, americanos y holandeses luchaban con singulares estilos en los cuadriláteros de madera flotantes que se utilizaban para descargar los barcos, que una vez vacíos semejaban a los rings de boxeo, con la singularidad de que si caías fuera te esperaba un chapuzón en las negras aguas del puerto. La madera húmeda, la ausencia de reglas y, aún más, el sustancioso dinero que se conseguía por acabar con tu rival a remojo, llevaba a los luchadores a ejecutar prodigiosas piruetas y amarres sobre el rival, resultando en combates épicos y plenos de espectáculo y emoción.
Valentín, que vió el enorme potencial del asunto, no pudo por menos que incluir un número de combate libre (y ensayado) en su espectáculo. Él mismo lo bautizó como "lucha inglesa", que fué el nombre con el que más tarde se dió a conocer en todo Euskadi. Así, y con la impresión en la retina de aquellos combates que tanto le impresionaron, creó un remedo del ring acuático, con una lona impermeable que rescató de su propio barco, secuestrado en Portugalete. Sujetaba esta con un ingenio de varillas metálicas y la llenaba de agua, y sobre esta colocaba una tarima flotante (ejem, quiero decir realmente flotante) rodeada de boyas que impedían que volcara arruinando el combate y que quedaba finalmente rodeada por el agua, destino final del luchador derrotado. No hay que desdeñar el hecho de que todo el montaje era perfectamente pelegable y apto para su representación en cada pueblo, como de hecho fué.
Valentín comenzó con solo dos luchadores y con una sola coreografía. Uno era Domingo Martínez, que así se llamaba el pluriempeado del burro, piedra y agua. A Domingo, Valentín le caracterizaba de la siguiente guisa: pintaba su corpachón con betún, de la cabeza a los pies, le ponía una inexplicable boina vasca y le colocaba un taparrabos del cual colgaban dos bolas de lana comprimida a la que impregnaba una fórmula marinera que hacía que ardieran sin quemar y sin apagarse a pesar del movimiento o incluso a pesar de estar bajo el agua. Debido a esto le bautizó como "Sugarra" (bola de fuego).
Al otro, Martín Minzarbeitia, un grumete que hacía las de vigía bajo su capitanazgo y que era famoso en el barco por su incomparable flexibilidad, destreza y agilidad, demostradas a la hora de robar raciones y subir a comerlas burlón a los palos mayores a la velocidad de la luz, lo vistió con un compendio de gasas y conatos de sedas avolantadas y huecas (para realzar la espectacularidad de sus veloces movimientos), coronado el asunto con una especie de turbante, al que adornaba con un pedazo de vidrio rojo. Le llamó El Rajá, pero debido a sus rápidas volteretas, a su velocidad y a su terrible dinamismo sobre el ring flotante, el público le rebautizó con el nombre con el que luego sería conocido en todo Euskadi: "El Volatinero".
(...mañana continuará)
Comments:
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Xabi, tiene s que leerte los libros del Baroja contemporáneo y mágicorealista Ramiro Pinilla, vete esta tarde a por el "Verdes valles, colinas rojas". Aquí hay una entrevista, un cuento (no muy representativo) y algo de información (del Marca!):
http://www.elcultural.es/historico_articulo.asp?c=15944
http://www.ehu.es/sarrikosolidario/vivir/relatos/euskeraez.htm
http://www.tiramillas.net/libros/resenas/resenas041020/pinilla.html
http://www.elcultural.es/historico_articulo.asp?c=15944
http://www.ehu.es/sarrikosolidario/vivir/relatos/euskeraez.htm
http://www.tiramillas.net/libros/resenas/resenas041020/pinilla.html
Te tomo nota Darío, ya me lo has comentado alguna otra vez.
Ahora tengo en espera de lectura casi toda la remesa navideña de libros, pero enseguida se acabarán.
Ahora tengo en espera de lectura casi toda la remesa navideña de libros, pero enseguida se acabarán.
Pues a nosotros nos encantaria montar un espectaculillo de pressingcatch en Gernika, este verano. Si sabeis de algunos luchadores vascos que se presten a montar un show a precio popular, enviadnos un mail a: agroskate arroba euskalnet.net
Igual montamos una en Gernika...!!!
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Igual montamos una en Gernika...!!!
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