jueves, 16 de noviembre de 2006
Historia de una escalera
Copipasteado De la saga "Portero de finca urbana goes to Treblinka", de Me tenéis contento (con permiso de su autor)
Los antecedentes históricos más profundos del portero de finca urbana los desconozco por completo. Supongo que tal vez este honorable oficio provenga de lo que en su día fue el mozo de cuadras, encargado de limpiar la mierda de los caballos y en la obligación de reverenciar al señoritingo correspondiente cada vez que éste quisiera darse un garbeo en su corcel. Sin embargo, lo que sí sé es que en la Historia contemporánea de España, léase Madrid, durante la Guerra Civil, estos profesionales tuvieron un papel muy destacado en territorio republicano denunciando a todos los vecinos que escondían algún religioso, falangista o destacado hombre de negocios en la alcoba. Funcionalidad esta que a todas luces es de esperar que supusiese un futuro negro en el gremio durante los cuarenta años de dictadura africana, pero no. En el periodo franquista, los porteros de finca urbana se adaptaron perfectamente al nuevo orden social y económico denunciando a todos los vecinos que se reunían en grupos de más de tres, recibían correspondencia del extranjero o escondían fugitivos en el váter. Como se aprecia, unos brillantes antecedentes que les hace merecedores de bordarse con letras de oro alguna leyenda en la gorra, algo así como "Asqueroso", "Hijo de puta", qué sé yo...Pero evolucionamos, llegó el Monarca, que loado sea, y con la democracia, las libertades, la concordia, el diálogo y la armonía, los porteros de finca urbana dejaron de ser el perro carcelero para ser el perro guardian, el Cancerbero de tu queo. Particularmente, diría así con alegría que todos los porteros de finca urbana son unos tíos chungos, aculturales y mezquinos. Pero claro, siempre hay excepciones, siempre está el menda cuyo portero jugó un importantísimo papel complementario en su educación y formación humana. Siempre te puede salir por ahí el comeflores cuyo portero de finca urbana, en plan La Lengua de las Mariposas, le explicaba los secretos de la física depositando grácil y cuidadosamente el envoltorio de un Sugus revenido en el torrente, casi cáscada, de la meada de un perro sobre una pendiente. Si hasta habrá individuos cuyo portero de finca urbana grabaría con el tomavistas una bolsa de basura flotar a merced del viento en un sutil vaivén de profundas connotaciones emocionales como en la película esa "rompedora, que dice verdades como puños, de las que hacen falta" de cuyo nombre no me acuerdo ahora mismo, pero en la que sonaban los Guess Who a toda polla mientras uno iba en un coche a no sé dónde. Habrá habido muchos tipos de porteros de finca urbana, sí, y no voy a someter a normas universales e inamovibles a personas que como tú y como yo tienen sus sentimientos y el más irrenunciable e íntimo derecho a ser diferentes y no estar doblegados bajo la losa de un prejuicio que me saque yo de la chistera con la que cubro mis pelotas. Por lo tanto, lo que voy a hacer es glosar la vida y milagros de los porteros de finca urbana con los que yo me he tropezado así, de aquella manera, como si se tratase de los Reyes Godos.
1979-1985 Abelardo I "El Emboinado": De gafas de pasta marrón y cristal ocre, Abelardo lucía una boina de corte castellanomanchego, pequeñita y apretada, típica de individuos rústicos y feroces, en contraposición a la vizcaína, amplia y elegante, más propia de caballeros recios pero con intensa vida interior. El reinado de Abelardo coincidió con el asentamiento en las fronteras del reino de toxicómanos, gitanos y gentes de mal vivir. En aquella época existía el reino de El Poblao, cuyas cuantiosas exportaciones de heroína atraían a las inmediaciones de mi queo a truhanes que daban tirones a las señoras que iban a la compra, si ésta la hacían en el Día, o les ponían la navaja en el cuello, si ésta se efectuaban en el mercado. Asimismo, cientos de miles de drogadictos de carácter más pacífico, entraban en nuestro bloque a pedir una monedita puerta por puerta, sumado ello a vendedores de enciclopedias, el Círculo de Lectores y toda suerte de sectas. En este ambientillo tan de puta madre, vuestro humilde escribano, tomó contacto con la política básica y fundamental de todo portero de finca urbana: el ¿ande va usted?. ¡Ay! qué momentos aquellos en los que Abelardo salía con la frente roja, roja, roja con una estaca en la mano detrás de un yoni. Cómo olvidar a esos familiares de algún vecino, con la bandejita de pasteles de Mallorca en la mano, clamando piedad y comprensión desesperados ante Abelardo, que por sus cojones no los dejaba pasar. Lamentablemente, este tipo de estrategia, llevaba otra asociada, un efecto secundario: no se podía jugar a la pelota. ¿Por qué? No se sabe. No se podía jugar y punto. Pero claro, nosotros, pequeños querubines inquietos y traviesos, jugábamos, y ahí estaba Abelardo, ni corto ni perezoso, para emplear la violencia física contra niños de siete años que osaban violar la Ley del portero de finca urbana. Muy severos no debían ser los castigos, que yo casi ni me acuerdo, si nuestros padres no se quejaron, pero yo tengo grabado a fuego en la memoria la sensación de estar pasándoselo uno pipa, cual mariposilla, en plena pachanga y que de repente irrumpiera virulentamente Abelardo pegando alaridos con el gesto desencajado y la mano en alto lista para zumbar hostias del copón. Poco más vivimos con él. Era un hombre mayor y se jubiló. De él nunca olvidaré sus grandes facultades: enconada irracionalidad obtusa para la resolución de conflictos, violencia extrema como moneda de cambio y pigmentación de advertencia en la tez oscilando el rojo de la frente a los carrillos para señalar el peligro (hacia tu persona) y marcar el territorio.
1985-1994 Celestino I de la Finca y V del Cuarto de las Basuras: Los clásicos y añejos tonos grises y los jerseys y chalecos de rombos de Aberlardo dieron paso al mono azul de Celestino. Llegó el progreso, el resurgir de la nación y con ambos todos sus síntomas, la economía se disparaba, la especulación se escopeteaba, el dinero negro se convulsionaba: la polla que trepana. Y Celestino adoptó un uniforme, sí, pero acorde a las circunstancias sociopolíticas del gobierno socialista: un mono azul. A mí, saludar todas las mañanas a este caballero enfundado en su mono azul tanto me daba que me daba lo mismo. Pero había un detalle de muchos cojones en esa indumentaria y no era el mono. Celestino llevaba en los pies unas zapatillas de deporte amarillas. Al joven lector este detalle probablemente le parezca absolutamente intrascendente, pero ha de tener en cuenta que en el noventa, cuando más o menos empezaron a penetrar en el mercado las zapatillas de deporte negras, asistimos al fenómeno como si hubiesen llegado platillos volantes a la Tierra. Excuso decir lo que suponían, antes de la apertura cromática en el calzado, unos "tenis" amarillos. El caso es que esas zapatillas eran muy viejas, de haría veinte años, y los pijillos de nosotros nos partíamos el culo de lo cutre que resultaba la composición. Obsérvese que para nosotros, aún sin estar obsesionados, la ropa relativa al deporte era un motivo de distinción social, que si bien podrías ignorar más o menos, le prestabas atención. Al menos la suficiente como para que la visión del portero con sus zapatillas amarillas del siglo pasado nos pareciese algo irrisorio. Pero ahí no queda la cosa, porque resulta que entrados en los noventa llegó a manos de la pandilla la película Mal Gusto de Peter Jackson y en ella, uno de los zombies (no sé si Derek), ni más ni menos, llevaba las mismas putas zapatillas que el portero. Y nos parecía el sumum del descojono. Y tal y cual y pascual, hasta que en menos que de nada, tras la explosión del grunge, postgrunge y demás cambios severos de la estética global que se dieron en la pasada década, resulta que la marca cualquiera que fuese reeditó esas mismas zapatillas que fueron a parar a los pies de la peña más tope y enrollada -a más de algún mozalbete le habrá pasado algo parecido con las Converse, me juego las uñas- con lo que sufrimos un grave desengaño con el mundo de la moda bastante antes de llegar a los cuarenta. En cualquier caso, vestuario aparte, Celestino destacó por una capacidad para controlar la entrada y salida del bloque bastante más razonable que su antecesor, pero, paradojas de la vida, un despliegue para prohibir el uso de esféricos bastante más intenso, tanto que parecía aquello el Ghetto de Varsovia. Tampoco se sabe el porqué. Simplemente estaba prohibido y ¡a la mierda!. Celestino en todo caso también empleó tácticas menos rupestres que las de Abelardo; cogía y nos robaba la pelota secuestrándola a veces durante días. Pero como teníamos ya diez años e insistíamos con lo del fútbol al grito de a ver qué cojones te pasa portero de finca urbana cabrón, logramos sacar a Celestino de sus casillas recreando una hermosa postal navideña digna de enmarcar. Cogió el hombre, irrumpió en el terreno de juego imaginario, abrazó la pelota y con los ojos inyectados en sangre y todas las bolsas de su cara temblando cada una a un ritmo diferente, se sacó una navaja trapera del mono con la que amenazó a la pelota y, a gritos histéricos profiriendo gallos cada dos sílabas, hacerse la pregunta de "a ver qué pasa si la pincho, eh, a ver qué pasa ¡a ver qué pasa!". Aquella imagen de un hombre de unos cincuenta y ocho años con su mono azul adherido a su tripón como un panty más las putas zapatillas y a punto de clavarle una navaja a una miserable y ridícula pelota, fue una de las cosas más espantosas que jamás haya presenciado. Me extraña que a partir de ese día no nos diese por vestirnos de mujer o cualquier otro trauma. Bueno, nos hicimos jevis, que es tres cuartos de lo mismo. Y alguno ahí presente ahora es gay, habrá que comentarle a su madre que, gracias a esta regresión al pasado, he creído dar con el momento concreto de la "inversión". Por otra parte, Celestino destacó muchísimo más en otras dos facetas: el Síndrome de Diógenes y los negocios. En lo de la hurgar en la mierda, este portero, cuando sacaba la basura, tenía la costumbre muy como de la postguerra, de mirar bolsa por bolsa a ver si había algo aprovechable. Nuestro amigo, en el cuarto de las calderas de la calefacción, guardaba un sin fin de objetos absurdos y/o de mierda. Típico pájaro potoso de cristal que le regalan a un matrimonio por sus bodas de oro unos parientes lejanos, que se ha caído y roto en mil pedazos, pero que Celestino ha recopilado de entre las cáscaras de naranja, bricks de leche y expectoraciones del marido para reconstruirlo, pegarlo y observar durante años su obra, junto a toda la colección de enseres similares, una media horita todos los días antes de irse a casa, menos los lunes que daban El Precio Justo. Conforme pasaban los años no éramos conscientes los vecinos de la que había ahí montada, pero se empezaba a rumorear por lo bajini que la colección, en su conjunto, era cosa espeluznante de contemplar. Aunque tenía su lado bueno, yo por ejemplo aprendí gracias a él que no se pueden echar botellas rotas en la bolsa de basura así a la torera. Un día Celes, que estaría buscando algo con ahínco en la basura, como a quien enmonado se le ha caído la papela de caballo, topó con una bolsa en cuyo interior había botellas rotas y se destrozó las manos. Se las rajó bastante, bastante bien ¡Con qué fogosidad andaría enredando en la mierda como para hacerse tanto tajo!. Por cierto, que mi Amstrad 6128 llegó un día en que, oye, le dio por ahí y no le salió de los cojones leer más los diskettes. No entraré en detalle, mientras él llegó a ese punto, yo también alcancé una cota, la de la paciencia, y sosteniéndolo por un extremo, lo golpeé contra la mesa haciéndolo saltar en mil pedazos que poco me faltó para devorar, preso de mi ira musulmana. Pues bien, las porciones de este teclado, una especie de circuitos verdes, y las teclas todas ellas bien colocaditas, aparecieron en el jodido cuarto de las calderas. De no haber ordenado el presidente de la comunidad de vecinos, al jubilarse Celestino, coger todo eso y arrojarlo a la escombrera más cercana, seguro que más de uno hubiese encontrado ahí emotivos vestigios de su infancia... ese muñeco de trapo, ese dibujo del Día de la Madre por el que te pusieron un Notable bajo, etc... Pero claro, hay que comprender que al encontrarse con todas esas reliquias puestas en fila, al presidente o al administrador el primer impulso que les vino fue prenderles fuego y tapiar todas los accesos a la estancia para que ese lugar de infamia y miseria humana inexistiese para siempre. Y llegados a este punto, ustedes dirán gimiendo "pero, pero, pero, pobrecito, cómo te ríes así de él". Claro, el pobre, como de niño no tuvo a nadie afín a la LOGSE que le diese cariñito y comprensión ya que todos necesitamos que nos acaricien con mimo el cabezón, pedazo de cabezón en el caso de Celes, es injusto menospreciarle ahora. Como el pobrecito era tontolhabín. Total, sólo controlaba las finanzas de medio barrio dejando a Tony Soprano a la altura intimidatoria de Jordi Hurtado en pelotas y con peluca azul cyan. Analicemos las finanzas de este prohombre portero de finca urbana. La leyenda "Se vende piso, razón en portería" a muchos les será familiar. Yo no digo nada de cómo funcionará la razón en portería en otras fincas urbanas allende mi barrio, pero con Celestino, la cosa consistía en que el hijoputa cobraba comisión por todos los pisos que se vendían en el bloque. Y ¡ay de ti para conseguir venderlo como pasases de él!. Y no era sólo eso, también se hacía con comisiones mucho más lucrativas como las que pillaba de las mensualidades de los alquileres que había conseguido apalabrar él. Y la cosa sigue, en las reformas, todos los electricistas, pintores, fontaneros, persianeros... su puta madre... todos, absolutamente todos pasaban por caja en portería para depositar la comisión por la obra ejecutada. Celestino, digámoslo con claridad, al mes levantaba más pasta que cualquier vecino. Y a partir de aquí surgen dos anécdotas que mola mucho contar porque reparten mierda de forma simétrica a los estereotipos de enajenados obsesionados con la política tanto de izquierdas como de derechas. En una junta de vecinos, estaba en el orden del día subirle el sueldo al portero. La gente, más o menos consciente de cómo trincaba el amigo, pasó olímpicamente del tema. Y entonces se alzó indignadísima una señorita de gauche divina que soltó un discurso de lo más emocionante sobre los parias de la tierra para que se le subiera el sueldo. Así que se abrieron las carpetas, se sacaron los papeles y la vecina roja pudo comprobar con estupefacción que el portero cobraba más que ella ya sólo con el sueldo base. ¡Pero si yo soy licenciada! -gritaba- y cambió de idea tal cual como a quien se le cae del coco un parecer por la oreja y le entra en el acto uno nuevo por el culo. Yo me he quedado con la frase y cuando algún colega juguetea con la tarjeta de crédito y un cedé, le digo "a mí házmela más gorda que soy licenciado" y causa mucha risión y si no pillan por dónde va la gracia da igual, total, sólo quedas como la persona más imbécil y costrosa del mundo libre. Pero no sólo el islamoprogretarra cae en esta trampa. En mi queo, el único militante del PP que hay, o el único que se jacta de ello, estaba un día conversando animadamente con el portero, y éste le hizo saber que barajaba la posibilidad de comprarse un coche, un BMW ni más ni menos, a lo que el pepero reaccionó echando espuma por la boca e inició tal campaña de descrédito e injurias contra el "pobre" Celestino que el hombre abandonó la idea. Yo sólo recuerdo con nitidez la explicación de por qué eso no podía ser, era un argumento claro y meridiano, decía: "¡Solo faltaba ya!". ¡Ay! Cómo le da por pensar a la gente, con el caché que tendría decir "vivo en una casa cuyo portero de finca urbana tiene un BMW", en lugar de quedarse con que la botella está medio vacía: "tengo un Panda, estoy calvo, y el portero de mi casa cuatriplica mi patrimonio" ¡Cuán insondables como venenosas son las miserias humanas!
1994-1998 Damián "Botella": Del Macizo Galaico nos llegó Damián. No sé por qué lo cambió por La Meseta. Seguramente habría asesinado a toda su familia como suele ser habitual por esos pagos. El caso es que era un individuo simpático y de fácil conversación. Saludaba a todo el mundo con alegría, como si esto fuese California a principios de los sesenta. Por lo que en la primera Navidad que pasó aquí se le cayeron los cojones al suelo espolvoreados cuando vio los frutos de su amabilidad en forma de aguinaldos. "Casi trescientas mil pesetas", le confesó a mi madre medio asustado. Y se acabó. Ese fue el fin. A continuación, Damián de ser humano pasó a ser comisionista. Se metió en negocietes. Le iba el rollo de las reformas, trincar de aquí, de allá. La sonrisa de ese portero de finca que alegraba a toda la familia, pasó a simplemente ocultar tejemanejes y negocios proyectados a las dos de la mañana en la barra de un bar. No tengo más información sobre ellos que la aparente a simple vista: que no iban bien. De modo que cuando se vio que Damián estaba soplando cosa mala, al menos tuve a qué asociarlo. Se le veía dentro de la portería, un cubículo lúgubre y angosto, arrugadito, en un rincón, antes de ir a recoger las basuras a cuatro patas. Por las mañanas estaba más hablador, pero con la labia del que tiene la cara muy roja y los niños preguntan, con el tonillo de Marcelino Pan y Vino: ¿Mamá, por qué Damián huele como a jarabe?. Al final la cosa empezó a ser un cante jondo, y en las juntas de vecinos volvieron las discusiones surreales con más fuerza que nunca. Unos lo querían echar de forma fulminante, no aguantaban eso de tener en la puerta de casa a un caballero sentado en la portería con la misma postura que la difunta madre del Rey, doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans. En cambio, otros -probablemente los que alternaban con él- esgrimían que "nunca le harían eso a Damián". Pero apelando a la ética colectiva los muy cabrones, no al colegueo. De forma que tenían coartada por si les echaban en cara a gritos, con toda la razón del mundo y a punto de llegar a las manos, que le pagasen la nómina entre ellos. Pero estos concilios vaticanos no duraron mucho, la Madre Naturaleza actuó y un día a Damián se le reventó una vena del esófago, en el que por lo visto tenía bastantes varices. Sobrevivió, pero de paso le diagnosticaron cirrosis y lo tuvo que dejar por fuerza mayor. Así concluye el reinado del único portero al que respeté mínimamente como ser humano mientras lo fue.
1998 hasta nuestros días Francisco I "El Cruel": Enano y gordo, con cara de ratón, Francisco es probablemente la persona más deleznable, mezquina, corta, pacata y rastrera que habré conocido en toda mi vida. Su primera medida en cuanto dejó de ser portero suplente fue buscarse una mascota, ni más ni menos que una paloma, y encerrarla en una jaula más pequeña que una caja de zapatos fuera de la portería, en lo alto, a la vista de todos. En la parte de abajo de la misma, la de plástico, escribió con caligrafía cursi "LOLA". El animal, repulsivo per se, daba una mezcla de entre asco y pena. Aunque no tanta como verle a él hablar con ella todas las mañanas. Con el tiempo, Lola empezó a enajenarse y se movía de un lado para otro desquiciada. Una noche de las que llega uno ciego como una mona, entraban ganas de liberarla, pero de hacerlo, si no se la comían los gatos, la matarían las demás palomas, que son así de simpáticas, y además el bicho era imposible que volase si lo único que podía hacer era dar un paso para atrás, agachar la cabeza e irse para adelante otra vez unas sesenta veces por minuto. Uno salía feliz todas las mañanas de casa y se encontraba ese espectáculo, una paloma pútrida que parecía decir: por favor mátame. Si le hubiera introducido una pequeña bandurria entre los barrotes lo mismo el bicho se hubiese compuesto el Blank Generation de las tórtolas. Pero esta faceta de Francisco como torturador, ensombrece al lado de la de violador. La menda que cuidaba al hermano pequeño de un colega mío, portugués él, parece ser que subiendo en el ascensor con el portero, éste rompió a meterle mano. Debo reconocer que la inquina que le tengo a Francisco proviene de ese episodio. De verle como un tío repelente que tiene el valor de sobar a una chica joven en un ascensor. Sin embargo, hace poco, volviendo de currar en el metro a las diez y media u once, que vas más amargado que Dios, que no puedes ni leer ni oir música ni mirarle a la cara al de enfrente, tan sólo te limitas a bucear en las fosas abisales de la memoria a ver si te encuentras un calamar gigante, pues le di vueltas a este suceso y me acordé de que mi tronco el portugués se terminó tirando a la chica esta. Y lo recordé porque, en cuanto nos lo contó todo flipado, comenzamos a presionarle para que la próxima vez ¡lo grabara en video! Y andaba flipando con nuestra reacción de pajeros perturbados, cuando até cabos y me pregunté si eso de que la chica le dijera a mi colega que le había metido mano el portero no sería una patraña para hacerle ver que ella era un objeto de deseo hasta tal punto que en un espacio cerrado los hombres no se podían resistir a sobarla. No lo sé, es que se lo he visto hacer a otras titis. He visto a tías fingir -igual no tan a lo bestia, cierto es- situaciones de esa ralea como tratando de activar el Mínimo Común Simio que hay en todo varón y que así, por empatía, tribu o imbecilidad pura y congénita, ella nos atrajera también a nosotros porque a otro le había atraído. Yo qué cojones sé. Me da igual. Aunque ese episodio no hubiera tenido lugar y yo ahora le perdonase al portero simbólicamente, magnánimo, mirándome al espejo con la sábana a modo de toga en el váter de mi casa, cualquier recuerdo de Francisco me hunde en una fosa séptica de dolor. Sigamos: Verano de no sé qué año. Un menda, que no era de mi queo, coge y entra en el garaje al modo vasconavarro. Esto es, sin abrir la puerta, destrozando el coche, para luego, además, darse la vuelta y no volver jamás. Fue un hecho sin precedentes y escandaloso, a imagen y semejanza de la mierda que debía llevar el tío. Las calles por la zona son tortuosas, iría follado, tomó la bifurcación equivocada y se encontró con la puerta del garaje cuando estaba a escasos cinco metros. Y aunque tal vez lo que pretendía era atravesar la puerta con el buga por los espacios libres que dejan los átomos entre si, en lo que sería un golpe de suerte merecedor cuando menos un fuerte aplauso, el caso es que no lo logró y la montó parda, como no era para menos. El suceso quedó registrado con la cámara que hay en la entrada. Y por aquel entonces, mi viejo tenía un video con un mando de esos que para pasar a cámara lenta tenía una ruleta, como si fueses a lograr pasar la cinta a cámara superlenta, como en el fútbol, pero que la pasabas frame a frame como toda la vida de Dios. Sin embargo, los machotes de la junta de vecinos se fliparon con el asunto y vinieron a mi casa con un madero a ver la cinta de la cámara de seguridad del garaje a ver si daban con la matrícula o el jeto del interfecto. Les recuerdo yo a todos en mi salón con gesto castrense como si fueran el FBI -aunque en chandal, por su puesto- bastante excitadillos con la presencia del madero. Pues bien, se puso la cinta. Todos serios como putas. Ambiente tenso. Concentración. Y lo primero que sale en la pantalla, pues nada, el portero Francisco con toda su familia bailando a propósito delante de la cámara una performance mezcla de Fama y Había una vez un circo. El hombre entraba a su casa por el garaje y pasaba por fuerza delante de esta cámara de seguridad, y por lo visto le molaba eso de marcarse una perfo. Pasaban los segundos y seguían dale que te pego con el baile, repito, la familia al completo. Cada vez la coreografía era más intensa, con aspavientos de toda índole, coordinación soviética y una gran sonrisa siempre mirando al objetivo. El bochorno fue terrible. Qué vergüenza ajena. Qué dolor intenso, ellos que querían hacer investigación policial de alto secreto van y le ponen ese video al madero. Mas cuando el espectáculo ya daba punzadas angustiosas en el estómago, el poli, sabiéndose faro de la masculinidad ahí reunida, desahogó la situación con un alivio cómico, y dijo entre dientes, con voz suave pero firme: esto no hace falta que lo pase Usted a cámara lenta. Y ahí rompieron todos a reír. Qué listo el madero. De no haber dado ese volantazo humorístico, la situación era tan desasosegante que yo mismo estuve a punto de hincar la rodilla delante de la tele y cantarles a los presentes una saeta inspirada en el momento: ¿A qué suenas tú, España, cuando no suenas a muerte? Las imágenes sólo hubiesen sido más sobrecogedoras si el que hubiese salido fuera José Luís Moreno puesto de Helio cortándole las manos a un niño de seis años con un machete africano. Aún con todo, la situación fue denigrante. Cómo volverle a mirar a la cara al portero sin querer darle con un cenicero de mármol en la cara con todas tus fuerzas hasta matarlo o dejarlo vegetal. Y en fin, podría seguir, sí. Pero me duele hasta la glotis de teclear. A día de hoy, he conocido muchos más porteros. El actual, con una pegatina que dice "un poquito de por favor" en ventana de la garita, junto a un escudo del Atleti, yo hago como que el sujeto ni existe. E incluso, sé de alguno por a´hí, qu es militante del grupo de infrarock Motociclón. Me lo puedo imaginar este verano saludando a los vecinos con ejemplar educación para tener entusiasmadas a las viejas de visón perenne, y luego irse a tocar al Festival Grande Rock de Jaraiz de la Vera y soltarle al respetable tras comprobar el tamaño del escenario: ¡qué guay, nosotros que estamos acostumbrados a tocar sólo en sitios que huelen a lefa!. Qué le vas a hacer... son porteros de finca urbana. Yo lo que espero es que, por lo menos, dicho esto, nadie se escandalice y que haya quedado claro que cuando digo que a los porteros de finca urbana habría que quemarlos vivos y aventar sus cenizas tengo un porqué. Un porqué irrenunciable. Y aunque no se comprenda, que al menos pase como con la Inquisición, que se la tenía más miedo a ella que al pecado, pues que se tenga más pánico a que cuente el porqué en toda su extensión, como ahora mismo, a tener que escuchar de mi boquita cómo habría que atarles a todos un enorme bozal con una rata hambrienta dentro para que les comiese la puta cara, al método 1984.
Por Alvaro
Los antecedentes históricos más profundos del portero de finca urbana los desconozco por completo. Supongo que tal vez este honorable oficio provenga de lo que en su día fue el mozo de cuadras, encargado de limpiar la mierda de los caballos y en la obligación de reverenciar al señoritingo correspondiente cada vez que éste quisiera darse un garbeo en su corcel. Sin embargo, lo que sí sé es que en la Historia contemporánea de España, léase Madrid, durante la Guerra Civil, estos profesionales tuvieron un papel muy destacado en territorio republicano denunciando a todos los vecinos que escondían algún religioso, falangista o destacado hombre de negocios en la alcoba. Funcionalidad esta que a todas luces es de esperar que supusiese un futuro negro en el gremio durante los cuarenta años de dictadura africana, pero no. En el periodo franquista, los porteros de finca urbana se adaptaron perfectamente al nuevo orden social y económico denunciando a todos los vecinos que se reunían en grupos de más de tres, recibían correspondencia del extranjero o escondían fugitivos en el váter. Como se aprecia, unos brillantes antecedentes que les hace merecedores de bordarse con letras de oro alguna leyenda en la gorra, algo así como "Asqueroso", "Hijo de puta", qué sé yo...Pero evolucionamos, llegó el Monarca, que loado sea, y con la democracia, las libertades, la concordia, el diálogo y la armonía, los porteros de finca urbana dejaron de ser el perro carcelero para ser el perro guardian, el Cancerbero de tu queo. Particularmente, diría así con alegría que todos los porteros de finca urbana son unos tíos chungos, aculturales y mezquinos. Pero claro, siempre hay excepciones, siempre está el menda cuyo portero jugó un importantísimo papel complementario en su educación y formación humana. Siempre te puede salir por ahí el comeflores cuyo portero de finca urbana, en plan La Lengua de las Mariposas, le explicaba los secretos de la física depositando grácil y cuidadosamente el envoltorio de un Sugus revenido en el torrente, casi cáscada, de la meada de un perro sobre una pendiente. Si hasta habrá individuos cuyo portero de finca urbana grabaría con el tomavistas una bolsa de basura flotar a merced del viento en un sutil vaivén de profundas connotaciones emocionales como en la película esa "rompedora, que dice verdades como puños, de las que hacen falta" de cuyo nombre no me acuerdo ahora mismo, pero en la que sonaban los Guess Who a toda polla mientras uno iba en un coche a no sé dónde. Habrá habido muchos tipos de porteros de finca urbana, sí, y no voy a someter a normas universales e inamovibles a personas que como tú y como yo tienen sus sentimientos y el más irrenunciable e íntimo derecho a ser diferentes y no estar doblegados bajo la losa de un prejuicio que me saque yo de la chistera con la que cubro mis pelotas. Por lo tanto, lo que voy a hacer es glosar la vida y milagros de los porteros de finca urbana con los que yo me he tropezado así, de aquella manera, como si se tratase de los Reyes Godos.
1979-1985 Abelardo I "El Emboinado": De gafas de pasta marrón y cristal ocre, Abelardo lucía una boina de corte castellanomanchego, pequeñita y apretada, típica de individuos rústicos y feroces, en contraposición a la vizcaína, amplia y elegante, más propia de caballeros recios pero con intensa vida interior. El reinado de Abelardo coincidió con el asentamiento en las fronteras del reino de toxicómanos, gitanos y gentes de mal vivir. En aquella época existía el reino de El Poblao, cuyas cuantiosas exportaciones de heroína atraían a las inmediaciones de mi queo a truhanes que daban tirones a las señoras que iban a la compra, si ésta la hacían en el Día, o les ponían la navaja en el cuello, si ésta se efectuaban en el mercado. Asimismo, cientos de miles de drogadictos de carácter más pacífico, entraban en nuestro bloque a pedir una monedita puerta por puerta, sumado ello a vendedores de enciclopedias, el Círculo de Lectores y toda suerte de sectas. En este ambientillo tan de puta madre, vuestro humilde escribano, tomó contacto con la política básica y fundamental de todo portero de finca urbana: el ¿ande va usted?. ¡Ay! qué momentos aquellos en los que Abelardo salía con la frente roja, roja, roja con una estaca en la mano detrás de un yoni. Cómo olvidar a esos familiares de algún vecino, con la bandejita de pasteles de Mallorca en la mano, clamando piedad y comprensión desesperados ante Abelardo, que por sus cojones no los dejaba pasar. Lamentablemente, este tipo de estrategia, llevaba otra asociada, un efecto secundario: no se podía jugar a la pelota. ¿Por qué? No se sabe. No se podía jugar y punto. Pero claro, nosotros, pequeños querubines inquietos y traviesos, jugábamos, y ahí estaba Abelardo, ni corto ni perezoso, para emplear la violencia física contra niños de siete años que osaban violar la Ley del portero de finca urbana. Muy severos no debían ser los castigos, que yo casi ni me acuerdo, si nuestros padres no se quejaron, pero yo tengo grabado a fuego en la memoria la sensación de estar pasándoselo uno pipa, cual mariposilla, en plena pachanga y que de repente irrumpiera virulentamente Abelardo pegando alaridos con el gesto desencajado y la mano en alto lista para zumbar hostias del copón. Poco más vivimos con él. Era un hombre mayor y se jubiló. De él nunca olvidaré sus grandes facultades: enconada irracionalidad obtusa para la resolución de conflictos, violencia extrema como moneda de cambio y pigmentación de advertencia en la tez oscilando el rojo de la frente a los carrillos para señalar el peligro (hacia tu persona) y marcar el territorio.
1985-1994 Celestino I de la Finca y V del Cuarto de las Basuras: Los clásicos y añejos tonos grises y los jerseys y chalecos de rombos de Aberlardo dieron paso al mono azul de Celestino. Llegó el progreso, el resurgir de la nación y con ambos todos sus síntomas, la economía se disparaba, la especulación se escopeteaba, el dinero negro se convulsionaba: la polla que trepana. Y Celestino adoptó un uniforme, sí, pero acorde a las circunstancias sociopolíticas del gobierno socialista: un mono azul. A mí, saludar todas las mañanas a este caballero enfundado en su mono azul tanto me daba que me daba lo mismo. Pero había un detalle de muchos cojones en esa indumentaria y no era el mono. Celestino llevaba en los pies unas zapatillas de deporte amarillas. Al joven lector este detalle probablemente le parezca absolutamente intrascendente, pero ha de tener en cuenta que en el noventa, cuando más o menos empezaron a penetrar en el mercado las zapatillas de deporte negras, asistimos al fenómeno como si hubiesen llegado platillos volantes a la Tierra. Excuso decir lo que suponían, antes de la apertura cromática en el calzado, unos "tenis" amarillos. El caso es que esas zapatillas eran muy viejas, de haría veinte años, y los pijillos de nosotros nos partíamos el culo de lo cutre que resultaba la composición. Obsérvese que para nosotros, aún sin estar obsesionados, la ropa relativa al deporte era un motivo de distinción social, que si bien podrías ignorar más o menos, le prestabas atención. Al menos la suficiente como para que la visión del portero con sus zapatillas amarillas del siglo pasado nos pareciese algo irrisorio. Pero ahí no queda la cosa, porque resulta que entrados en los noventa llegó a manos de la pandilla la película Mal Gusto de Peter Jackson y en ella, uno de los zombies (no sé si Derek), ni más ni menos, llevaba las mismas putas zapatillas que el portero. Y nos parecía el sumum del descojono. Y tal y cual y pascual, hasta que en menos que de nada, tras la explosión del grunge, postgrunge y demás cambios severos de la estética global que se dieron en la pasada década, resulta que la marca cualquiera que fuese reeditó esas mismas zapatillas que fueron a parar a los pies de la peña más tope y enrollada -a más de algún mozalbete le habrá pasado algo parecido con las Converse, me juego las uñas- con lo que sufrimos un grave desengaño con el mundo de la moda bastante antes de llegar a los cuarenta. En cualquier caso, vestuario aparte, Celestino destacó por una capacidad para controlar la entrada y salida del bloque bastante más razonable que su antecesor, pero, paradojas de la vida, un despliegue para prohibir el uso de esféricos bastante más intenso, tanto que parecía aquello el Ghetto de Varsovia. Tampoco se sabe el porqué. Simplemente estaba prohibido y ¡a la mierda!. Celestino en todo caso también empleó tácticas menos rupestres que las de Abelardo; cogía y nos robaba la pelota secuestrándola a veces durante días. Pero como teníamos ya diez años e insistíamos con lo del fútbol al grito de a ver qué cojones te pasa portero de finca urbana cabrón, logramos sacar a Celestino de sus casillas recreando una hermosa postal navideña digna de enmarcar. Cogió el hombre, irrumpió en el terreno de juego imaginario, abrazó la pelota y con los ojos inyectados en sangre y todas las bolsas de su cara temblando cada una a un ritmo diferente, se sacó una navaja trapera del mono con la que amenazó a la pelota y, a gritos histéricos profiriendo gallos cada dos sílabas, hacerse la pregunta de "a ver qué pasa si la pincho, eh, a ver qué pasa ¡a ver qué pasa!". Aquella imagen de un hombre de unos cincuenta y ocho años con su mono azul adherido a su tripón como un panty más las putas zapatillas y a punto de clavarle una navaja a una miserable y ridícula pelota, fue una de las cosas más espantosas que jamás haya presenciado. Me extraña que a partir de ese día no nos diese por vestirnos de mujer o cualquier otro trauma. Bueno, nos hicimos jevis, que es tres cuartos de lo mismo. Y alguno ahí presente ahora es gay, habrá que comentarle a su madre que, gracias a esta regresión al pasado, he creído dar con el momento concreto de la "inversión". Por otra parte, Celestino destacó muchísimo más en otras dos facetas: el Síndrome de Diógenes y los negocios. En lo de la hurgar en la mierda, este portero, cuando sacaba la basura, tenía la costumbre muy como de la postguerra, de mirar bolsa por bolsa a ver si había algo aprovechable. Nuestro amigo, en el cuarto de las calderas de la calefacción, guardaba un sin fin de objetos absurdos y/o de mierda. Típico pájaro potoso de cristal que le regalan a un matrimonio por sus bodas de oro unos parientes lejanos, que se ha caído y roto en mil pedazos, pero que Celestino ha recopilado de entre las cáscaras de naranja, bricks de leche y expectoraciones del marido para reconstruirlo, pegarlo y observar durante años su obra, junto a toda la colección de enseres similares, una media horita todos los días antes de irse a casa, menos los lunes que daban El Precio Justo. Conforme pasaban los años no éramos conscientes los vecinos de la que había ahí montada, pero se empezaba a rumorear por lo bajini que la colección, en su conjunto, era cosa espeluznante de contemplar. Aunque tenía su lado bueno, yo por ejemplo aprendí gracias a él que no se pueden echar botellas rotas en la bolsa de basura así a la torera. Un día Celes, que estaría buscando algo con ahínco en la basura, como a quien enmonado se le ha caído la papela de caballo, topó con una bolsa en cuyo interior había botellas rotas y se destrozó las manos. Se las rajó bastante, bastante bien ¡Con qué fogosidad andaría enredando en la mierda como para hacerse tanto tajo!. Por cierto, que mi Amstrad 6128 llegó un día en que, oye, le dio por ahí y no le salió de los cojones leer más los diskettes. No entraré en detalle, mientras él llegó a ese punto, yo también alcancé una cota, la de la paciencia, y sosteniéndolo por un extremo, lo golpeé contra la mesa haciéndolo saltar en mil pedazos que poco me faltó para devorar, preso de mi ira musulmana. Pues bien, las porciones de este teclado, una especie de circuitos verdes, y las teclas todas ellas bien colocaditas, aparecieron en el jodido cuarto de las calderas. De no haber ordenado el presidente de la comunidad de vecinos, al jubilarse Celestino, coger todo eso y arrojarlo a la escombrera más cercana, seguro que más de uno hubiese encontrado ahí emotivos vestigios de su infancia... ese muñeco de trapo, ese dibujo del Día de la Madre por el que te pusieron un Notable bajo, etc... Pero claro, hay que comprender que al encontrarse con todas esas reliquias puestas en fila, al presidente o al administrador el primer impulso que les vino fue prenderles fuego y tapiar todas los accesos a la estancia para que ese lugar de infamia y miseria humana inexistiese para siempre. Y llegados a este punto, ustedes dirán gimiendo "pero, pero, pero, pobrecito, cómo te ríes así de él". Claro, el pobre, como de niño no tuvo a nadie afín a la LOGSE que le diese cariñito y comprensión ya que todos necesitamos que nos acaricien con mimo el cabezón, pedazo de cabezón en el caso de Celes, es injusto menospreciarle ahora. Como el pobrecito era tontolhabín. Total, sólo controlaba las finanzas de medio barrio dejando a Tony Soprano a la altura intimidatoria de Jordi Hurtado en pelotas y con peluca azul cyan. Analicemos las finanzas de este prohombre portero de finca urbana. La leyenda "Se vende piso, razón en portería" a muchos les será familiar. Yo no digo nada de cómo funcionará la razón en portería en otras fincas urbanas allende mi barrio, pero con Celestino, la cosa consistía en que el hijoputa cobraba comisión por todos los pisos que se vendían en el bloque. Y ¡ay de ti para conseguir venderlo como pasases de él!. Y no era sólo eso, también se hacía con comisiones mucho más lucrativas como las que pillaba de las mensualidades de los alquileres que había conseguido apalabrar él. Y la cosa sigue, en las reformas, todos los electricistas, pintores, fontaneros, persianeros... su puta madre... todos, absolutamente todos pasaban por caja en portería para depositar la comisión por la obra ejecutada. Celestino, digámoslo con claridad, al mes levantaba más pasta que cualquier vecino. Y a partir de aquí surgen dos anécdotas que mola mucho contar porque reparten mierda de forma simétrica a los estereotipos de enajenados obsesionados con la política tanto de izquierdas como de derechas. En una junta de vecinos, estaba en el orden del día subirle el sueldo al portero. La gente, más o menos consciente de cómo trincaba el amigo, pasó olímpicamente del tema. Y entonces se alzó indignadísima una señorita de gauche divina que soltó un discurso de lo más emocionante sobre los parias de la tierra para que se le subiera el sueldo. Así que se abrieron las carpetas, se sacaron los papeles y la vecina roja pudo comprobar con estupefacción que el portero cobraba más que ella ya sólo con el sueldo base. ¡Pero si yo soy licenciada! -gritaba- y cambió de idea tal cual como a quien se le cae del coco un parecer por la oreja y le entra en el acto uno nuevo por el culo. Yo me he quedado con la frase y cuando algún colega juguetea con la tarjeta de crédito y un cedé, le digo "a mí házmela más gorda que soy licenciado" y causa mucha risión y si no pillan por dónde va la gracia da igual, total, sólo quedas como la persona más imbécil y costrosa del mundo libre. Pero no sólo el islamoprogretarra cae en esta trampa. En mi queo, el único militante del PP que hay, o el único que se jacta de ello, estaba un día conversando animadamente con el portero, y éste le hizo saber que barajaba la posibilidad de comprarse un coche, un BMW ni más ni menos, a lo que el pepero reaccionó echando espuma por la boca e inició tal campaña de descrédito e injurias contra el "pobre" Celestino que el hombre abandonó la idea. Yo sólo recuerdo con nitidez la explicación de por qué eso no podía ser, era un argumento claro y meridiano, decía: "¡Solo faltaba ya!". ¡Ay! Cómo le da por pensar a la gente, con el caché que tendría decir "vivo en una casa cuyo portero de finca urbana tiene un BMW", en lugar de quedarse con que la botella está medio vacía: "tengo un Panda, estoy calvo, y el portero de mi casa cuatriplica mi patrimonio" ¡Cuán insondables como venenosas son las miserias humanas!
1994-1998 Damián "Botella": Del Macizo Galaico nos llegó Damián. No sé por qué lo cambió por La Meseta. Seguramente habría asesinado a toda su familia como suele ser habitual por esos pagos. El caso es que era un individuo simpático y de fácil conversación. Saludaba a todo el mundo con alegría, como si esto fuese California a principios de los sesenta. Por lo que en la primera Navidad que pasó aquí se le cayeron los cojones al suelo espolvoreados cuando vio los frutos de su amabilidad en forma de aguinaldos. "Casi trescientas mil pesetas", le confesó a mi madre medio asustado. Y se acabó. Ese fue el fin. A continuación, Damián de ser humano pasó a ser comisionista. Se metió en negocietes. Le iba el rollo de las reformas, trincar de aquí, de allá. La sonrisa de ese portero de finca que alegraba a toda la familia, pasó a simplemente ocultar tejemanejes y negocios proyectados a las dos de la mañana en la barra de un bar. No tengo más información sobre ellos que la aparente a simple vista: que no iban bien. De modo que cuando se vio que Damián estaba soplando cosa mala, al menos tuve a qué asociarlo. Se le veía dentro de la portería, un cubículo lúgubre y angosto, arrugadito, en un rincón, antes de ir a recoger las basuras a cuatro patas. Por las mañanas estaba más hablador, pero con la labia del que tiene la cara muy roja y los niños preguntan, con el tonillo de Marcelino Pan y Vino: ¿Mamá, por qué Damián huele como a jarabe?. Al final la cosa empezó a ser un cante jondo, y en las juntas de vecinos volvieron las discusiones surreales con más fuerza que nunca. Unos lo querían echar de forma fulminante, no aguantaban eso de tener en la puerta de casa a un caballero sentado en la portería con la misma postura que la difunta madre del Rey, doña María de las Mercedes de Borbón y Orleans. En cambio, otros -probablemente los que alternaban con él- esgrimían que "nunca le harían eso a Damián". Pero apelando a la ética colectiva los muy cabrones, no al colegueo. De forma que tenían coartada por si les echaban en cara a gritos, con toda la razón del mundo y a punto de llegar a las manos, que le pagasen la nómina entre ellos. Pero estos concilios vaticanos no duraron mucho, la Madre Naturaleza actuó y un día a Damián se le reventó una vena del esófago, en el que por lo visto tenía bastantes varices. Sobrevivió, pero de paso le diagnosticaron cirrosis y lo tuvo que dejar por fuerza mayor. Así concluye el reinado del único portero al que respeté mínimamente como ser humano mientras lo fue.
1998 hasta nuestros días Francisco I "El Cruel": Enano y gordo, con cara de ratón, Francisco es probablemente la persona más deleznable, mezquina, corta, pacata y rastrera que habré conocido en toda mi vida. Su primera medida en cuanto dejó de ser portero suplente fue buscarse una mascota, ni más ni menos que una paloma, y encerrarla en una jaula más pequeña que una caja de zapatos fuera de la portería, en lo alto, a la vista de todos. En la parte de abajo de la misma, la de plástico, escribió con caligrafía cursi "LOLA". El animal, repulsivo per se, daba una mezcla de entre asco y pena. Aunque no tanta como verle a él hablar con ella todas las mañanas. Con el tiempo, Lola empezó a enajenarse y se movía de un lado para otro desquiciada. Una noche de las que llega uno ciego como una mona, entraban ganas de liberarla, pero de hacerlo, si no se la comían los gatos, la matarían las demás palomas, que son así de simpáticas, y además el bicho era imposible que volase si lo único que podía hacer era dar un paso para atrás, agachar la cabeza e irse para adelante otra vez unas sesenta veces por minuto. Uno salía feliz todas las mañanas de casa y se encontraba ese espectáculo, una paloma pútrida que parecía decir: por favor mátame. Si le hubiera introducido una pequeña bandurria entre los barrotes lo mismo el bicho se hubiese compuesto el Blank Generation de las tórtolas. Pero esta faceta de Francisco como torturador, ensombrece al lado de la de violador. La menda que cuidaba al hermano pequeño de un colega mío, portugués él, parece ser que subiendo en el ascensor con el portero, éste rompió a meterle mano. Debo reconocer que la inquina que le tengo a Francisco proviene de ese episodio. De verle como un tío repelente que tiene el valor de sobar a una chica joven en un ascensor. Sin embargo, hace poco, volviendo de currar en el metro a las diez y media u once, que vas más amargado que Dios, que no puedes ni leer ni oir música ni mirarle a la cara al de enfrente, tan sólo te limitas a bucear en las fosas abisales de la memoria a ver si te encuentras un calamar gigante, pues le di vueltas a este suceso y me acordé de que mi tronco el portugués se terminó tirando a la chica esta. Y lo recordé porque, en cuanto nos lo contó todo flipado, comenzamos a presionarle para que la próxima vez ¡lo grabara en video! Y andaba flipando con nuestra reacción de pajeros perturbados, cuando até cabos y me pregunté si eso de que la chica le dijera a mi colega que le había metido mano el portero no sería una patraña para hacerle ver que ella era un objeto de deseo hasta tal punto que en un espacio cerrado los hombres no se podían resistir a sobarla. No lo sé, es que se lo he visto hacer a otras titis. He visto a tías fingir -igual no tan a lo bestia, cierto es- situaciones de esa ralea como tratando de activar el Mínimo Común Simio que hay en todo varón y que así, por empatía, tribu o imbecilidad pura y congénita, ella nos atrajera también a nosotros porque a otro le había atraído. Yo qué cojones sé. Me da igual. Aunque ese episodio no hubiera tenido lugar y yo ahora le perdonase al portero simbólicamente, magnánimo, mirándome al espejo con la sábana a modo de toga en el váter de mi casa, cualquier recuerdo de Francisco me hunde en una fosa séptica de dolor. Sigamos: Verano de no sé qué año. Un menda, que no era de mi queo, coge y entra en el garaje al modo vasconavarro. Esto es, sin abrir la puerta, destrozando el coche, para luego, además, darse la vuelta y no volver jamás. Fue un hecho sin precedentes y escandaloso, a imagen y semejanza de la mierda que debía llevar el tío. Las calles por la zona son tortuosas, iría follado, tomó la bifurcación equivocada y se encontró con la puerta del garaje cuando estaba a escasos cinco metros. Y aunque tal vez lo que pretendía era atravesar la puerta con el buga por los espacios libres que dejan los átomos entre si, en lo que sería un golpe de suerte merecedor cuando menos un fuerte aplauso, el caso es que no lo logró y la montó parda, como no era para menos. El suceso quedó registrado con la cámara que hay en la entrada. Y por aquel entonces, mi viejo tenía un video con un mando de esos que para pasar a cámara lenta tenía una ruleta, como si fueses a lograr pasar la cinta a cámara superlenta, como en el fútbol, pero que la pasabas frame a frame como toda la vida de Dios. Sin embargo, los machotes de la junta de vecinos se fliparon con el asunto y vinieron a mi casa con un madero a ver la cinta de la cámara de seguridad del garaje a ver si daban con la matrícula o el jeto del interfecto. Les recuerdo yo a todos en mi salón con gesto castrense como si fueran el FBI -aunque en chandal, por su puesto- bastante excitadillos con la presencia del madero. Pues bien, se puso la cinta. Todos serios como putas. Ambiente tenso. Concentración. Y lo primero que sale en la pantalla, pues nada, el portero Francisco con toda su familia bailando a propósito delante de la cámara una performance mezcla de Fama y Había una vez un circo. El hombre entraba a su casa por el garaje y pasaba por fuerza delante de esta cámara de seguridad, y por lo visto le molaba eso de marcarse una perfo. Pasaban los segundos y seguían dale que te pego con el baile, repito, la familia al completo. Cada vez la coreografía era más intensa, con aspavientos de toda índole, coordinación soviética y una gran sonrisa siempre mirando al objetivo. El bochorno fue terrible. Qué vergüenza ajena. Qué dolor intenso, ellos que querían hacer investigación policial de alto secreto van y le ponen ese video al madero. Mas cuando el espectáculo ya daba punzadas angustiosas en el estómago, el poli, sabiéndose faro de la masculinidad ahí reunida, desahogó la situación con un alivio cómico, y dijo entre dientes, con voz suave pero firme: esto no hace falta que lo pase Usted a cámara lenta. Y ahí rompieron todos a reír. Qué listo el madero. De no haber dado ese volantazo humorístico, la situación era tan desasosegante que yo mismo estuve a punto de hincar la rodilla delante de la tele y cantarles a los presentes una saeta inspirada en el momento: ¿A qué suenas tú, España, cuando no suenas a muerte? Las imágenes sólo hubiesen sido más sobrecogedoras si el que hubiese salido fuera José Luís Moreno puesto de Helio cortándole las manos a un niño de seis años con un machete africano. Aún con todo, la situación fue denigrante. Cómo volverle a mirar a la cara al portero sin querer darle con un cenicero de mármol en la cara con todas tus fuerzas hasta matarlo o dejarlo vegetal. Y en fin, podría seguir, sí. Pero me duele hasta la glotis de teclear. A día de hoy, he conocido muchos más porteros. El actual, con una pegatina que dice "un poquito de por favor" en ventana de la garita, junto a un escudo del Atleti, yo hago como que el sujeto ni existe. E incluso, sé de alguno por a´hí, qu es militante del grupo de infrarock Motociclón. Me lo puedo imaginar este verano saludando a los vecinos con ejemplar educación para tener entusiasmadas a las viejas de visón perenne, y luego irse a tocar al Festival Grande Rock de Jaraiz de la Vera y soltarle al respetable tras comprobar el tamaño del escenario: ¡qué guay, nosotros que estamos acostumbrados a tocar sólo en sitios que huelen a lefa!. Qué le vas a hacer... son porteros de finca urbana. Yo lo que espero es que, por lo menos, dicho esto, nadie se escandalice y que haya quedado claro que cuando digo que a los porteros de finca urbana habría que quemarlos vivos y aventar sus cenizas tengo un porqué. Un porqué irrenunciable. Y aunque no se comprenda, que al menos pase como con la Inquisición, que se la tenía más miedo a ella que al pecado, pues que se tenga más pánico a que cuente el porqué en toda su extensión, como ahora mismo, a tener que escuchar de mi boquita cómo habría que atarles a todos un enorme bozal con una rata hambrienta dentro para que les comiese la puta cara, al método 1984.
Por Alvaro
Comments:
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Hombre, un crossover Pegamín-LPD. Estuvo bien ese artículo. Mi favorito de Alvaro es el de "Viejo de Mierda goes to Treblinka".
Sí, también es cojonudo...pero yo tengo debilidad por éste...es de los post con los que mas me he reído nunca: ese momentazo del portero y su familia bailando ante la cámara de seguridad, ese sádico que tenía la paloma encerrada en una jaula...joder, qué tipos humanos
Pues estos hasta resultan entrañables, pero a mí los porteros, seguratas, y jurados me dan mucho canguelo...sobre todo los seguratas armados de los grandes almacenes, con bilis reconcentrada y cara de follar poco. Cuando salgo por la puerta del centro comercial me dan ganas de apagar el móvil no vaya a ser que suene: igual se piensan que es la alarma y te meten la pipa en la boca.
¿los hoteles son fincas urbanas, no?
No puedo más que daros la razón a todos, todos los del ramo somos unos indeseables, yo por ejemplo, en mis ratos libres, que son todos, colecciono orejas de bloggeros politicamente incorrectos, cada noche afilo mi manojo de llaves y utilizo una u otra según el tamaño del colgajo a extirpar.
Saludos a todos, es el mejor blog que encontré hasta ahora.
No puedo más que daros la razón a todos, todos los del ramo somos unos indeseables, yo por ejemplo, en mis ratos libres, que son todos, colecciono orejas de bloggeros politicamente incorrectos, cada noche afilo mi manojo de llaves y utilizo una u otra según el tamaño del colgajo a extirpar.
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Las imágenes sólo hubiesen sido más sobrecogedoras si el que hubiese salido fuera José Luís Moreno puesto de Helio cortándole las manos a un niño de seis años con un machete africano.
Que frase señores que frase
Que frase señores que frase
Yo creo que en el mundo corporativista y ballardiano la presencia de porteros y semejantes aumentará de manera exponencial, y al final se crearán unas mafias gremiales del copón con autonomía propia, como las bandas gremiales de "Gangs of New York" pero en plan futurista. De hecho, es lo que decía el director porno ahora famoso que en su dia fue portero de discoteca: que la noche y el trapicheo de chufla está en poder de los porteros, dueños y señores al margen de los dueños de las discos. Así que, pegamines, mejor vamos a llevarnos bien con ellos.
De verdad que a veces pienso en un Portero del Pegamín, un Steven Seagal virtual que, como el malo de El cortador de cesped, se desplace por el adsl para llegar junto al mongolo e impertinente anónimo y romperle las piernas.
El anónimo es parte del Pegamín como el mimbre ese que bailaba con los Happy Mondays, el negro sudoroso de Boney M o el punky sin barbilla de Ska-P...un miembro más (aunque con el miembro más corto)
...pues sí, aunque a veces preferiría verlo como al Sid Vicious, cuando le desenchufaban el bajo para que no se oyese su desafine.
Lo malo de esto es que es como el Cluedo: igual le desenchufamos y nos damos cuenta de que, en realidad, es el cantante...o el batería....o el guitarra...
Por cierto, he visto que en unos días esta casa cumple un año, desde que el primer guitarrista BenPuta hizo aquí su pegaminesca puesta de largo. Qué menos que se curre un incendiario post pa celebrarlo!
Ano, hoy te voy a perdonar la vida...Una porque estamos de cumpleaños, y otra porque Don Julito te ha comparado con el Bez de los Mondays; solo por hoy.
Ya, ya... Chufla, chufla... ¿No había un roadmanager más tonto? ¿O era por hacer la gracia lo de este pobre infeliz?
Esta nueva generación de anónimos está completamente echada a perder: o es que son desertores del arado ("a lo Opá") o es que hablan con un pollazo metido en la boca...Voy a acabar por echar de menos a los pioneros del "me follo a tu madre"...vocalicen, caramba!
Tras un análisis léxico-psicológico de este expecimen de anónimo se puede concluir: que de entre toda la defecosa maraña mental es "mameluco" (proferido en el mismo minuto que el anterior, "gilipa") el calificativo más facilmente asequible para el usuario en cuestión. Por otro lado, cualquier indicio de posible higiene mental se queda en agua de borrajas cuando el objeto de estudio ha necesitado cerca de 45 minutos para articular un simple "Heil Hitler!", mientras que "marinerodeluces" ha necesitado su buena media hora. Desde la Iniciativa Dharma para la rehabilitación de Anónimos seguiremos informando.
Es interesante anotar que el texto de los porteros esta bien, pero es un ladrillo. Oiensese en el como en un ladrillo de los antiguos, no uno de los de hoy en dia que cuesta muy caro y tiene bujerillos de diseño. No.
Un bloque compacto, como el turrón.
(Ni una imagen para que los anonimos puedan masturbarse en paz y dormir el sueño de los justos).
El mal llama al mal y el ladrillo al ladrillo.
36 COMENTARIOS PLAGADOS DE ANONIMOS VIRALES, Sin, don Julito... ¿Que les dan?
Son las gafas?
Un bloque compacto, como el turrón.
(Ni una imagen para que los anonimos puedan masturbarse en paz y dormir el sueño de los justos).
El mal llama al mal y el ladrillo al ladrillo.
36 COMENTARIOS PLAGADOS DE ANONIMOS VIRALES, Sin, don Julito... ¿Que les dan?
Son las gafas?
Yo hasta pensé en imprimir el post y hacerme un minifanzine para leerlo en papel, que lo de leer mucha palabra en pantalla a veces me induce vagueria, pero bueno: con un coffe y 2 trujeles...Hubiera preferido verlo por entregas (si es que ahora con Prison Break, Lost...se lleva mucho el serial) y, por supuesto, aderezado de unas afotos ibérico-costumbristas...y aplacar de paso la ira de la anónima parroquia.
Hubo un tiempo en que, más jóvenes y pujantes, cuando el nivel de radicales (OH)de mi comandita de amigos subía de 0,5 mg/l, utilizábamos (Ah, perdida testosterona) el cántico extraído de una improvisación rock en una fiesta de pueblo cerca de Pucela que a continuación entrecomillo:
" Todos los porteros de finca urbana... usan pantalones... ¿de qué?" y clamaba el respetable:
"De pana".
Una vez más, la vida misma
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" Todos los porteros de finca urbana... usan pantalones... ¿de qué?" y clamaba el respetable:
"De pana".
Una vez más, la vida misma
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