lunes, 6 de noviembre de 2006
Yo fuí un extremista metálico adolescente
Me pide Julito un texto. Actualizaré, pues, su entrada sobre el Black Metal noruego.
Yo fui un extremista metálico adolescente. En Madrid no había Jarrai y el sentido de la palabra Patria no lo entendí hasta que no supe lo que era la retención de la nómima, por lo que tampoco entré en Bases Autónomas. Nosotros no teníamos ni mierda en las tripas. Ni malos, ni buenos. Así que nos volvimos contra Cristo, que más o menos estaba presente en nuestras vidas y nos hicimos extremistas metálicos de Satán. Desgraciadamente no he seguido en contacto con estos mundos extremos de Dios. Pero ayer, cosas de la vida, vi a los Fuckland en directo y medité muy seriamente sobre el particular. El pop, la psicodelia, Badfinger... la música de hombres completos está muy bien pero, joder, un concierto de un tío lleno de gapos que pide que le rajen la tripa con una cuchilla, se la cortan y luego reparte fustas para que las tías del público le flagelen bien acompañado todo ello de ruido infernal y gruñidos guturales ininteligibles, hostias, eso es la polla. En qué me habré equivocado -pensaba- para andar ahora conociendo a Bevis Frond ¡No quiero! ¡Quiero ser el de antes! Desgraciadamente, es imposible. Pero revivir aquella época por lo menos consuela. Hay un dato que se le escapó al Dr. Julito. Al grupo finlandés Impaled Nazarene, por tener un estilo de black metal un tanto heterodoxo, les mandaron un paquete bomba los del Inner Circle. Lo mismo que a los ¿suecos? Therion por dejar la brutalidad y pasarse a los bailes regionales. Por eso, no haré un retrato fiel rico en detalles, me da un poco de cosa y canguelo, pero estos ojos han visto a mozos de dieciséis años, entre los que me encontraba en las cotas más altas de enagenación: relaciones epistolares con gentes de todo el globo rubricadas con sangre, gente que extraía esa sangre para firmar las cartas de sus granos en lugar de cortarse el brazo con el machete como mandaban los canones, otros que chupaban las rúbricas cual catadores de vino para conocer mejor a sus amiguitos de todo el planeta, scaring casero con cuchillas de afeitar por todo el cuerpo con lemas de chufla, uno que se compró una pipa para ir por la calle sintiéndose el más grind -se la vendieron sin percutor al pobre por una pasta gansa y encima no sabía dónde encontrar balas el gilipollas- ingesta de insectos y animales vivos de toda índole, uno que en el bolsillo pequeño de la mochila llevaba carne cruda, para merendar -decía el cabrón- adquisición de revistas de coprofagia de diez mil pelas en la calle Hortaleza para corear olés al paso de cada página, altares satánicos en descampados para ir a rezar, oye, un ratito antes de salir de marcha, mestruaciones sobre paredes, recopilaciones en VHS de violaciones y palizas a mujeres con la escena de "pon cara de chupar una polla" del Teniente Corrupto como hito absoluto de la cinta... la de Dios es Cristo. Antiguamente esto no tenía muchos seguidores. Ir a comprar a Repulse Records, tienda que se tuvo que inaugurar con un cartel en el que ponía "Todo sobre metal extremeño" porque el que lo hiciera en la empresa de rotulación le parecería más lógico que eso de metal extremo, si bien había popes del asunto que lo consideraban de pastelones, era toda una liturgia; se pasaba uno toda la semana buscando entre las referencias del catálogo qué estaría mejor, si sado-goregrind o ultra doom-tres-canciones-en-cuarenta-minutos, dependiendo de si estabas más o menos enamorado, e ir allí a por tu vinilo o cedé con válgame Dios qué clase de portada era un modus vivendi más animado que el copón. Luego te ibas a la Calle San Marcos. Ahí estaban el Fobia y el Fear. En el primero todavía quedaban siniestros ochenteros, poetas románticos frágiles y sensibles vestidos con la ropa de su abuela fallecida en la década de los cuarenta que, ojo, te podían soltar una somanta de hostias de cojones si les tocabas la polla. El segundo, sin embargo, era más integral de nuestro rollo. Algunos íbamos al parking de Chueca, que ahora es un parque, a ponernos finos, finísimos, de speed. A veces la cosa terminaba con la destrucción a ladrillazos de algún vehículo, generalmente el más nuevo. Luego nos íbamos al bar. Qué bar, qué gente. Desde ejecutivos de corbata que su perversión personal eran los Agathocles hasta sujetos con severas taras físicas con camisetas de Pungent Stench -qué portada la de ese vinilo, las cabezas seccionadas de dos ancianos morreándose. Por ahí rondaba alguna vez mi bella mejor amiga, una moza que exhumó un cadáver de un cementerio cuyo nombre no diré y conservó durante mucho tiempo el fémur del pobre difunto. Había un jambo que se vestía de cura, con alzacuellos y todo los complementos, ingería tripis por medios y cogía la furgoneta para defenestrar lo que fuera. Siempre venía con mobiliario urbano. Objetos con los que luego yo, no sé cómo, me despertaba, con los correspondientes gritos desquiciados de mi madre. Lo más sonado fue un foco de la Renfe. No había excusa. Mi madre hubiese preferido verme en la cama con un hombre que con un puto faro de una vía de tren. Una vez manteamos a un tipo en el Fear e hizo un agujero en el techo con la cabeza al impactar. Nos partimos de risa. Él se retorcía en el suelo aturdido con el pelo y los hombros llenos de cal o lo que fuera aquello blanco. El día más impresionante fue uno en el que estábamos tan tranquilos y de pronto entró en el bar una mujer madura de unos cincuenta años completamente ciega con la baba colgando y las bragas en la mano, agitándolas. Nos pusimos como lobos, a ver quién se la follaba ahí mismo. La tía nos ofreció coca a un amigo y a mi, los dos altos y bien parecidos. Fuimos al váter. Yo ya vislumbraba una película porno en el retrete. Por cierto, sin puerta, te separaban del exterior una especie de cadenas colgantes. Dentro, mi amigo cogió la papelina. Yo, con un seno en la mano, no quitaba ojo a la droga. Cada cosa tiene su importancia. Yo por aquél, era más de drogar que de follar. Mi amigo cogió la papela, tiró su contenido a la taza y rompió a gritar: ¡me la he metido toda! Hijo de puta. Yo estaba mirando y te he visto. Noble que es uno, no le dije nada, pero para mis adentros pensé: a ver si todo esto va a ser mentira. A ver si esto no va a ser realmente una verdadera locura colectiva. Evidentemente, eso lo que era todo es una puta mierda adolescente con todas sus virtudes y todos sus sonrojantes defectos. Pero yo me la creía, era feliz. Era adolescente. Ahora mis amigos me dicen a altas horas, cuando se hacen estas retrospectivas, que soy "un niño bien al que le gusta la mierda", algo de razón llevarán, luego pulsan histéricos los botones del móvil a ver si coge el hijoputa que tenía keta este finde. Bendita normalidad. No tardé en terminar robando -perdón- hurtando bolsos en el Strong para poder comprar dronga dura, chunga y maloliente para pasar del metal, la música, los cojones y San Dios. Pero eso no quita que por aquella época yo saliese de casa cada viernes más contento que la puta chorra. A ver qué nos pasaba. Cada noche pasaba algo. Cada noche peor. Y todo lo que se me habrá olvidado. El 95%, ni más ni menos. Soy de naturaleza traicionera y me he reído siempre de todo esto con la fe del converso. Ahora, con la fe del reconverso, lo reivindico fervientemente. Qué feliz se estaba contra todo y contra nada. 1995 fue nuestro 77 y si esto es malo para la sociedad, pues que vuelvan a poner la mili obligatoria, me cago en Dios, que hasta yo estaba dispuesto a hacerla encantado.
Alvaro
Yo fui un extremista metálico adolescente. En Madrid no había Jarrai y el sentido de la palabra Patria no lo entendí hasta que no supe lo que era la retención de la nómima, por lo que tampoco entré en Bases Autónomas. Nosotros no teníamos ni mierda en las tripas. Ni malos, ni buenos. Así que nos volvimos contra Cristo, que más o menos estaba presente en nuestras vidas y nos hicimos extremistas metálicos de Satán. Desgraciadamente no he seguido en contacto con estos mundos extremos de Dios. Pero ayer, cosas de la vida, vi a los Fuckland en directo y medité muy seriamente sobre el particular. El pop, la psicodelia, Badfinger... la música de hombres completos está muy bien pero, joder, un concierto de un tío lleno de gapos que pide que le rajen la tripa con una cuchilla, se la cortan y luego reparte fustas para que las tías del público le flagelen bien acompañado todo ello de ruido infernal y gruñidos guturales ininteligibles, hostias, eso es la polla. En qué me habré equivocado -pensaba- para andar ahora conociendo a Bevis Frond ¡No quiero! ¡Quiero ser el de antes! Desgraciadamente, es imposible. Pero revivir aquella época por lo menos consuela. Hay un dato que se le escapó al Dr. Julito. Al grupo finlandés Impaled Nazarene, por tener un estilo de black metal un tanto heterodoxo, les mandaron un paquete bomba los del Inner Circle. Lo mismo que a los ¿suecos? Therion por dejar la brutalidad y pasarse a los bailes regionales. Por eso, no haré un retrato fiel rico en detalles, me da un poco de cosa y canguelo, pero estos ojos han visto a mozos de dieciséis años, entre los que me encontraba en las cotas más altas de enagenación: relaciones epistolares con gentes de todo el globo rubricadas con sangre, gente que extraía esa sangre para firmar las cartas de sus granos en lugar de cortarse el brazo con el machete como mandaban los canones, otros que chupaban las rúbricas cual catadores de vino para conocer mejor a sus amiguitos de todo el planeta, scaring casero con cuchillas de afeitar por todo el cuerpo con lemas de chufla, uno que se compró una pipa para ir por la calle sintiéndose el más grind -se la vendieron sin percutor al pobre por una pasta gansa y encima no sabía dónde encontrar balas el gilipollas- ingesta de insectos y animales vivos de toda índole, uno que en el bolsillo pequeño de la mochila llevaba carne cruda, para merendar -decía el cabrón- adquisición de revistas de coprofagia de diez mil pelas en la calle Hortaleza para corear olés al paso de cada página, altares satánicos en descampados para ir a rezar, oye, un ratito antes de salir de marcha, mestruaciones sobre paredes, recopilaciones en VHS de violaciones y palizas a mujeres con la escena de "pon cara de chupar una polla" del Teniente Corrupto como hito absoluto de la cinta... la de Dios es Cristo. Antiguamente esto no tenía muchos seguidores. Ir a comprar a Repulse Records, tienda que se tuvo que inaugurar con un cartel en el que ponía "Todo sobre metal extremeño" porque el que lo hiciera en la empresa de rotulación le parecería más lógico que eso de metal extremo, si bien había popes del asunto que lo consideraban de pastelones, era toda una liturgia; se pasaba uno toda la semana buscando entre las referencias del catálogo qué estaría mejor, si sado-goregrind o ultra doom-tres-canciones-en-cuarenta-minutos, dependiendo de si estabas más o menos enamorado, e ir allí a por tu vinilo o cedé con válgame Dios qué clase de portada era un modus vivendi más animado que el copón. Luego te ibas a la Calle San Marcos. Ahí estaban el Fobia y el Fear. En el primero todavía quedaban siniestros ochenteros, poetas románticos frágiles y sensibles vestidos con la ropa de su abuela fallecida en la década de los cuarenta que, ojo, te podían soltar una somanta de hostias de cojones si les tocabas la polla. El segundo, sin embargo, era más integral de nuestro rollo. Algunos íbamos al parking de Chueca, que ahora es un parque, a ponernos finos, finísimos, de speed. A veces la cosa terminaba con la destrucción a ladrillazos de algún vehículo, generalmente el más nuevo. Luego nos íbamos al bar. Qué bar, qué gente. Desde ejecutivos de corbata que su perversión personal eran los Agathocles hasta sujetos con severas taras físicas con camisetas de Pungent Stench -qué portada la de ese vinilo, las cabezas seccionadas de dos ancianos morreándose. Por ahí rondaba alguna vez mi bella mejor amiga, una moza que exhumó un cadáver de un cementerio cuyo nombre no diré y conservó durante mucho tiempo el fémur del pobre difunto. Había un jambo que se vestía de cura, con alzacuellos y todo los complementos, ingería tripis por medios y cogía la furgoneta para defenestrar lo que fuera. Siempre venía con mobiliario urbano. Objetos con los que luego yo, no sé cómo, me despertaba, con los correspondientes gritos desquiciados de mi madre. Lo más sonado fue un foco de la Renfe. No había excusa. Mi madre hubiese preferido verme en la cama con un hombre que con un puto faro de una vía de tren. Una vez manteamos a un tipo en el Fear e hizo un agujero en el techo con la cabeza al impactar. Nos partimos de risa. Él se retorcía en el suelo aturdido con el pelo y los hombros llenos de cal o lo que fuera aquello blanco. El día más impresionante fue uno en el que estábamos tan tranquilos y de pronto entró en el bar una mujer madura de unos cincuenta años completamente ciega con la baba colgando y las bragas en la mano, agitándolas. Nos pusimos como lobos, a ver quién se la follaba ahí mismo. La tía nos ofreció coca a un amigo y a mi, los dos altos y bien parecidos. Fuimos al váter. Yo ya vislumbraba una película porno en el retrete. Por cierto, sin puerta, te separaban del exterior una especie de cadenas colgantes. Dentro, mi amigo cogió la papelina. Yo, con un seno en la mano, no quitaba ojo a la droga. Cada cosa tiene su importancia. Yo por aquél, era más de drogar que de follar. Mi amigo cogió la papela, tiró su contenido a la taza y rompió a gritar: ¡me la he metido toda! Hijo de puta. Yo estaba mirando y te he visto. Noble que es uno, no le dije nada, pero para mis adentros pensé: a ver si todo esto va a ser mentira. A ver si esto no va a ser realmente una verdadera locura colectiva. Evidentemente, eso lo que era todo es una puta mierda adolescente con todas sus virtudes y todos sus sonrojantes defectos. Pero yo me la creía, era feliz. Era adolescente. Ahora mis amigos me dicen a altas horas, cuando se hacen estas retrospectivas, que soy "un niño bien al que le gusta la mierda", algo de razón llevarán, luego pulsan histéricos los botones del móvil a ver si coge el hijoputa que tenía keta este finde. Bendita normalidad. No tardé en terminar robando -perdón- hurtando bolsos en el Strong para poder comprar dronga dura, chunga y maloliente para pasar del metal, la música, los cojones y San Dios. Pero eso no quita que por aquella época yo saliese de casa cada viernes más contento que la puta chorra. A ver qué nos pasaba. Cada noche pasaba algo. Cada noche peor. Y todo lo que se me habrá olvidado. El 95%, ni más ni menos. Soy de naturaleza traicionera y me he reído siempre de todo esto con la fe del converso. Ahora, con la fe del reconverso, lo reivindico fervientemente. Qué feliz se estaba contra todo y contra nada. 1995 fue nuestro 77 y si esto es malo para la sociedad, pues que vuelvan a poner la mili obligatoria, me cago en Dios, que hasta yo estaba dispuesto a hacerla encantado.
Alvaro
Comments:
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"revistas de coprofagia de diez mil pelas"...mmmm, pues van a ser esas de Tendencias (del tipo "Vanidá" y "Meo2"): caras de más y llenas de "mierda a cucharadas".
Yo la verdad es que las escena Death Metal y el fandom patrio no los conozco...llegué a la historia un poco de rebote...yo me había quedado en los antecedentes: Mercyful Fate, Venom, el thrash, y demás...ahora que, de mis 14 años sí que podría contar historias de jebi de base bastante bizarras (puede el jebi ochentero ser bizarro? yo creo que mazo)
En nuestra forma primigenia todos fuímos leche, Nikochan...de hecho, la leche que no se usa en hacer numeritos deviene en gente como nosotros
ahora resulta que va a haber vedettismo entre los blogueros. el alvarito este no sabe hacer ni la c con un canuto, porque la o ya ni se la plantea.
"ahora resulta que va a haber vedettismo entre los blogueros"
No, colega...vedettismos no....lo que hay, como en todo, es más o menos calidad...
lo peor de lo peor son los envidiosos, los cotillas y los marujonas...llevas dos de tres...sigue así
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No, colega...vedettismos no....lo que hay, como en todo, es más o menos calidad...
lo peor de lo peor son los envidiosos, los cotillas y los marujonas...llevas dos de tres...sigue así
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