Pegamin

Dos días de cielo azul y sol y todos han oido la llamada a la vida, la vida en la que ningún biólogo ha sido instruido, la vida y su fervor, su ansia por seguir de invierno en invierno, de muerte en muerte.

Escapa de la nada molecular el señor abejorro, con su honrado zumbar, vigilando sus terrenos y haciendo notar lo bien que ha engordado. Mientras el cuervo, que ya ha bajado de las copas de los árboles donde lleva asistiendo al comedor social y su cansina ración de larvas en plato de corteza, lo mira con picardía fúnebre, mientras se frota el pico lleno de tierra y se hincha de orgullo porque en unos meses nadie lo vá a ver pasar hambre.

Las arañas se han materializado de nuevo, y sin saber como, sin haberse enterado, miran atrás y tienen su trampa construida. Se ríe la araña, mientras guiña tres pares de ojos a su compañera de la esquina de enfrente, que también ha acabado ya de poner el mantel.

Los pinos insignes están sorprendidos, justo cuando se creían que el verde era suyo porque son demasiado jóvenes como para tener experiencia, el viejo roble y el haya, que antes eran cadáveres a los que lanzar sus agujas, en insidiosa burla pueril, ahora devuelven luz de oro verde con sus pequeños brotes. Los pinos, que no saben muy bien que hacer, se ponen tiesos y simulan madurez, pero al viejo roble y al haya les dá todo igual, pues han visto ya cientos de ellos ir y venir y saben lo rápido dejan de ser verdes cuando les llevan a dormir.

El pequeño pajarito de la camisa roja que ha venido durante todo el invierno a mi balcón, ya no volverá a venir, acabo de acordarme. Mientras llovían trozos de plomo y las nubes tocaban el suelo, sin dejar espacio para volar, el pequeño pajarito encamisado venía y se acercaba a la ventana, sin timidez pero sin descaro, y se entretenía mirando al ordenador. Ahora, lavada y planchada su camisa roja, las pájaras le dejarán poco tiempo para acordarse de mí.

Mientras tanto, sus amigos comunican a voces, desde el tejado, el secreto. Que los gusanos por fin asoman su cabeza, o quizás su culo. Que todo vuelve a surgir de la nada, impulsado por la fuerza metafísica que ellos mejor que nadie comprenden. Que el rápido se comerá al lento, que el astuto mascará al desprecavido, que el gallardo vencerá a la hembra y que lentos, desprecavidos y hembras, también son llamados y bienvenidos.

Y yo, en mi balcón, puesto de depredador que alguien construyó con las ideas de su cerebro hecho de nada molecular, miro la fiesta donde todos los invitados mueren y la nada molecular de donde salgo yo cuece una pregunta: "¿Por qué todo este incesante alboroto?". Pero los dos días de cielo azul y sol también me han llamado a mí, y sin saber como, ni haberme enterado, me pongo a hacer ruido imitando al señor abejorro, moviendo las manos y volando todo lo que me dejan mis pies.