Pegamin

El que hoy nos ocupa es uno de los tolis más emblemáticos, queridos, carismáticos, y demás adjetivos terminados en -ático que se les puedan ocurrir, de mi antiguo barrio el cuál, creo que ya lo he explicado en alguna ocasión, tiene una concentración tal de gente "peculiar" que ríanse ustedes de Smalville o de Gotham City. Se han barajado hipótesis de todo cuño: que si la CIA, que si mientras distraían a la opinión pública con lo de Palomares estaban irradiando este coqueto rinconcito del cinturón rojo de Madriz, que si alienígenas, que si hay falta de yodo en el agua...hasta hoy el misterio sigue sin desvelar pero lo cierto es que en un barrio que contaba hace unos años con 10 ó 12 mil habitantes llegamos a censar, un aburrido fin de semana en la playa, la friolera de 300 y pico seres de esos que llaman "alienados"...quedamos aterrados, máxime cuando, aunque no lo expresamos en alto, de motu propio habíamos evitado incluírnos nosotros.

Pues de todos estos renglones torcidos de Dios uno de los que más cancha nos ha dado ha sido, sin duda alguna, el Mauri (a nosotros y al resto de barrio porque, entre otros superpoderes, tiene el don de la ubicuidad - o, directamente, se biloca). Bautizado como Juan Carlos (imagino que en un barrio tan monárquico como éste seguramente lo harían como homenaje a nuestro querido Rey, entonces futurible), durante su juventud fue, sin ambages, un mangui: macarra, pendenciero, bolinga y follonero, parecería que si le disfrazamos con unas mallas y un casquete de terciopelo verde con pluma sería uno de los alegres compañeros de Robin de Sherwood si no fuera porque una fulminante esquizofrenia-paranoide/cinturón negro-octavo dan vino a nublarle el (poco) juicio que tenía y a convertirle en el Quinto Jinete del Apocalipsis: la Guerra, la Muerte, el Hambre, La Peste y el Mauri. Bigardo como era, no fue una araña radiactiva ni un simbionte alienígena lo que le transformó en übermensch si no la citada enfermedad, combinada con su querencia al vinacho agrio de tetra-brik y las comidas copiosas. Así, J.C., pasó de ser un menda tocho y chungo a ser un menda tochísimo, con unas medidas como André el Gigante y una bartola (vulgo chompa o barriga) tan pronunciada que en las fiestas del barrio, como si fuera una secuoya, varios niños, de la mano, intentaban abarcar su perímetro mientras él se regalaba "con unos kilos del Mahou". Guapamente.

Los primeros tiempos de su enfermedad fueron durísimos para su familia, vecinos y, qué coño, cualquier viandante que pasara por las cercanías de la torre de pisos donde mora por la tendencia que tenía a tirar cosas por la ventana mientras bramaba "Viva Cristo Rey!!!" con un vozarrón tan profundo (su voz es otro de sus superpoderes) que es el Agujero negro de las voces: engulle todos los demás ruidos de alrededor, silenciando a hombres, bestias y aparatos mecánicos, y originando, para que lo entiendan, ese desagradable sonido, gutural y cavernoso, como bajado de revoluciones, que tanta cancha ha dado en el cine de risa cuando, por ejemplo, ese protagonista patoso va corriendo a cámara lenta, en una parodia de un clímax de acción, mientras una voz se arrastra diciendo "NOOOOOURRRRRRGHHHHHHHHH". Una voz que deja a Sauron de Mordor, al cantante de Cannibal Corpse y a Constantino Romero a la altura de Shirley Temple. Ni que decir tiene que si Yma Sumac rompía copas con su agudo falsete, el Mauri puede recomponerlas y recombinar sus moléculas. Por cojones.

Lo que le hace más cercano a nuestro grupo de amigos es el hecho de que está emparentado con Toñín (es su flamante primo-hermano) y que sus viviendas estaban separadas por un fino tabique de rasilla que permitía que nos empapáramos de los divertidos sainetes que, a la sazón, organizaba día sí día también. Aún recuerdo esas largas tardes de invierno, sentaditos en el comedor de Toñín, calladitos, haciendo con que allí no había nadie, mientras le oíamos probar "El Contactísimo" (sic) - un sensacional método de conectar con su disociada personalidad, como comunicándose con alienígenas de Sirio - mientras ordenaba: "tienes que ser bueno, J. Carlos" o "yo prefierrrrrro el vino a la cerrrrrrr-veza" con ese vozarrón como de criatura del Dr. Moreau y una entonación como un Leonard Cohen de Chamberí. Asimismo, fuímos testigos acústicos de su bonita historia de amor con la atractiva presentadora del Telediario, Elena Sánchez a la cuál, a fuerza de acosarla telefónicamente, tenía al borde del colapso nervioso. Ella empezó dándole cuerda (eran otros tiempos) y terminó estableciendo un cortafuegos en la centralita de TVE. Años después, en la superfenomenal revista "Pronto", pudimos leer como la locutora hacía alusión a que un "personaje desequilibrado", durante un tiempo, le había estado dando matraca telefónica...ni qué decir tiene que aquella noticia la sentimos muy nuestra. Por este, y otros motivos, su pobre madre se vió obligada a instalar un candado en el teléfono de manera que el Mauri no pudiera girar el dial y establecer comunicación -telefónica- con otros seres de fuera de su cabeza...aunque sí recibir llamadas entrantes...esto lo sabemos porque a través del delgado muro asistíamos impotentes a la tortura a la que era sometido nuestro protagonista cuando marginales y aburridos jóvenes, suponemos que del barrio y conscientes de su situación, llamaban para decirle maldades como "Mauri maricón" mientras él, como la criatura imaginada por Mary Shelley, aullaba, bramaba, se cagaba en Dios, y daba unos golpetazos en el muro de carga que hacían que la foto de comunión de Toñín galopara, entre saltitos, por encima de su fabuloso sintonizador de tv, al encuentro del Burro-taxi recuerdo de Mijas en una coreografía espléndida y siempre diferente.
Estos momentos eran estremecedores porque la presencia física de el Mauri es imponente. Aparte de un semental de toro limusino el Mauri es el ser más tocho que he visto fuera de una jaula. Cuando uno está cerca de él, de súbito, recuerda los consejos de Diane Fossey y procura no hacer movimientos bruscos, no mirarle fijamente a los ojos, humillar la cerviz y dejarle los mejores bocados para que no le desmembre o, peor, le tome como a su hembra, en el lindero. Esto no hace más que acentuar el bonito contraste que se establece cuando saca a pasear la perrita de su madre, uno de esos perritos-patada blanqos, con ricitos y un kiki cogido con lacete azul celeste, a la que increpa, cariñosamente: "Vamos, Tina, hija / deputa".

Icono del barrio y figura legendaria, su perfil (bajo) se dibuja a lo lejos, como nuestro skyline autóctono, con un litro de vino Savin o Castillo de Gredos siempre perenne en su mano- a pesar de la fuerte medicación que los psiquiatras le administraban para evitar que siguiera trasegando alcohol: unas píldoras que hacen que se ponga malísimo al ingerir alcohol, hinchado, vomitando, rojo como un tomate-...ni por esas...es lo que se llama el triunfo de la voluntad: estos ojitos le han visto tomarse un chato de vino y ponerse a morir, potando, asfixiado, casi al borde de patatús para, a fuerza bruta, regresar a la bodega, rutilante como el Faro de Punta Umbría, y seguir dándole. El hombre contra la industria farmaceútica. O algo. Y así sigue, por lo visto.