Pegamin

Pulp victoriano.
Románticas aventuras fin de siecle.
Misterio.
Peligro.

Y mucha incorrección política.

Mazo.




Solamente un funcionario podría haber confeccionado un novelón de aventuras como es Las Minas del Rey Salomón: un relato con héroe fatalista y taciturno (siempre fantaseé con que Howard confeccionó a Conan a partir de los cadáveres de multitud de héroes del imaginario anglosajón, como un Frankenstein de lo pulp, utilizando, para ello, los ataques de melancolía y la lucidez resignada de Allan Quatermain), misterio, exotismo a raudales, el África Negra, viriles cacerías, fabulosos tesoros...en definitiva con lo que cualquiera fantasea entre expediente y expediente, a la mortecina luz de un candil, en el Negociado.

La novela arranca cuando nuestro Allan Quatermain, ya madurito (y por lo que nos dice Haggard curtido en mil y una batallas) coincide con dos caballeros que le enrolan en una búsqueda casi suicida del hermano perdido de uno de ellos, el enorme y apolíneo Sir Henry Curtis, al que Haggard, en un ataque de homofilia finisecular describe, sospechosamente, así:

"Uno de ellos, de unos treinta años, era uno de los hombres de pecho más ancho y brazos más largos que jamás he visto. Tenía el polo rubio, una gran barba igualmente rubia, rasgos bien definidos y grandes ojos grises profundamente hundidos. Nunca he visto un hombre más apuesto"

El triunvirato de aventureros se completa con la figura del capitán John Good. Con un cazador maduro, un semidiós vikingo y el marinero de rigor ya tenemos los Village People del África Negra. Veamos un apunte:

"...a esa gran altura el termómetro no podía marcar menos de 14 ó 15 grados bajo cero. El lector imaginará mejor de lo que yo pueda describir lo que esto significaba para nosotros, debilitados como estábamos por las privaciones (...) En vano nos apretujábamos unos contra otros..."

Cuando las temperaturas caen en las cumbres de Africa el frotarte con tus compañeros puede salvarte la vida. Y el sábado noche, añado yo.

Tras arduas experiencias y peripecias al filo de la navaja (periplos por el ardiente desierto, una estampida de elefantes, salvarse de la muerte por congelación en un glaciar que pasaba por ahí) llegan al ignoto reino de Kukuanalandia donde, con un par de cojones, logran declarar una guera civil, engatusándoles con la manida historia de que los massa blancos son dioses supremos, ratificando la superchería con sus fuscos, y ,al loro la mariconada, "las hermosas piernas blancas" del marinero Good (el cuál "a pesar de ser muy moreno tenía una piel singularmente blanca") que se convierten desde ese aciago momento en que los negros le ven en shortitos, en un poderoso fetiche para los kukuanas, que ya no le permiten volver a vestir pantalón largo, las muy perrascerdisguarris.

Entre medias, por supuesto, los "locos" aventureros no dudan, en varias ocasiones, declinar, alarmados, un partouze con mujeres kukuanas a las que si bien describe favorablemente (ejem) "para pertenecer a una raza nativa, estas mujeres son extraordinariamente bellas. Son altas y esbeltas, con una figura maravillosamente estilizada (...) los rasgos son con frecuencia aquilinos, y los labios no son desagradablemente gruesos, como sucede con la mayoría de las razas africanas". Pero ni por esas...y es que cuando a uno le gusta la carne pues huye del pescao.


Como decía, después de montar una sangrienta batalla al estilo de las de Shaka Zulú, en la que mueren miles de negritos (a los cuáles, durante toda la narración, trata de manera más que políticamente incorrecta en un abanico de comportamientos que van desde el paternalismo, pasando por el desprecio, la lástima o, directamente, el rechazo más absoluto) y no pretendiendo más que hacer una somera sinopsis de la epopeya más gay de la novela de aventuras decimonónica, nuestros viriles protagonistas descubren las fabulosas riquezas del bíblico rey que administraba justicia troceando bebés con una cimitarra y, en un golpe de guión que ni Los Colby, encontrando al hermano perdido de Sir Henry con el que sin duda se montarían barrocos numeritos fetish en la noche africana.

Etiquetas: Jugando al teto, Muérdeme la nuca, Perdiendo aceite